Una humillación innecesaria
César Girón
Jueves, 13 de noviembre 2025, 23:17
El ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares, ha protagonizado uno de los episodios más lamentables y vergonzosos de la diplomacia española reciente: su petición ... de perdón a México por los hechos cometidos por los conquistadores hace más de quinientos años. Un gesto tan absurdo como injustificado, que no repara nada, no representa a nadie y solo sirve para alimentar el discurso victimista y rencoroso de una izquierda revolucionaria latinoamericana empeñada en culpar a España de todos sus males.
Porque conviene recordarlo con claridad: España no tiene nada que pedir perdón por el Descubrimiento de América. Aquel acontecimiento –uno de los más trascendentales de la historia universal– supuso el encuentro entre dos mundos, con sus luces y sombras, pero también con una herencia cultural, lingüística, religiosa y humana que dio origen a lo mejor de Iberoamérica. Pedir perdón hoy, cinco siglos después, no solo es un ejercicio de anacronismo histórico; es una ofensa a la verdad y a la inteligencia.
La iniciativa de Albares no responde a una reflexión profunda ni a un debate nacional. No ha sido aprobada por el Parlamento, ni consultada con el Rey, ni respaldada por la sociedad española. Es, una vez más, una decisión personal y servil, una concesión ideológica dictada por el complejo y el oportunismo político. Se trata de una humillación gratuita, un intento torpe de congraciarse con el indigenismo radical del Grupo de Puebla, esa constelación de líderes populistas y revisionistas que utilizan la historia como arma de agitación política.
Ese mismo Grupo de Puebla lo integran personajes tan tóxicos como José Luis Rodríguez Zapatero, Gustavo Petro o miembros del actual gobierno mexicano encabezado por Claudia Sheinbaum Pardo, que prolonga la retórica victimista iniciada por López Obrador. Un discurso que culpa a España de la pobreza, la corrupción o la desigualdad de sus países, cuando hace más de dos siglos que dejaron de ser virreinatos. Resulta grotesco culpar a la metrópoli de los males que durante generaciones han creado sus propias élites políticas, las mismas que hoy se refugian en el indigenismo como coartada para justificar su fracaso.
España no conquistó América para saquearla, como repiten los manuales resentidos del populismo, sino para incorporarla a una civilización, para dotarla de instituciones, de universidades, de lengua, de derecho, de religión y de cultura. Es imposible entender el alma de América sin España, como es imposible entender la historia de España sin América. Esa es la historia compartida, rica y compleja, que el ministro Albares ha despreciado con su gesto torpe y complaciente.
Pedir perdón en nombre de España por la Conquista equivale a renegar de cinco siglos de historia común, de una herencia mestiza que ha dado lugar a una de las comunidades culturales más extensas y fecundas del planeta. Es, en definitiva, un acto de ignorancia y de cobardía, así como una traición intolerable a la verdad y a nuestro glorioso pasado.
Además, el paralelismo con el precedente de Pedro Sánchez respecto al Sáhara es inevitable: de nuevo, una decisión personal, unilateral, carente de legitimidad institucional, que compromete el nombre del Estado español sin consulta ni respaldo. Un patrón que se repite en la política exterior del actual gobierno: improvisación, servilismo y un alarmante desprecio por la dignidad nacional.
España no tiene que disculparse por haber sido una nación que llevó su lengua, su fe, su cultura y su derecho a América. Lo que debería hacer su ministro de Exteriores es defender esa herencia, no denigrarla para contentar a los enemigos históricos de la hispanidad.
Con su absurda petición, José Manuel Albares no ha pedido perdón en nombre de España: ha pedido perdón por ser español. Y eso, además de injusto, es imperdonable.
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