V Centenario de la Catedral de Granada
Uno de los símbolos internacionales de la Granada cristiana es su Catedral, impulsada por Carlos V en su definitiva arquitectura. A este símbolo se une la Capilla Real y la Iglesia del Sagrario, conformando la «gran manzana de oro» de nuestra ciudad
josé garcía román
Sábado, 2 de noviembre 2019, 01:23
El fuego de la Catedral de Notre Dame de París encogió el corazón de Europa, de la ciudadanía reflexiva, llana, humilde, y a la velocidad ... del rayo se encendieron las alarmas en otros continentes. En aquella tarde inquietante, en aquel anochecer incierto, la televisión no cesaba de ofrecer imágenes de las llamas voraces con una flecha incendiada de pésimos augurios que nos negábamos a aceptar; aunque en lo más hondo de nuestro ser asumíamos el ocaso de una huella importante del cristianismo labrada en sillares seculares, saqueada por la Revolución y la Comuna de París, que soportaba el abandono y era humillada en un tiempo de expolio y profanación. Doce templos de Francia los habían sufrido durante una semana del pasado mes de marzo.
Impresionaba la manifestación popular y sus expresiones de desolación ante la Catedral convertida en hoguera que incendiaba el cielo de París que, gritando con Auguste Rodin «toda nuestra Francia está en nuestras catedrales», observaba la desaparición de siglos de fe, creación y humanismo; de memorables liturgias, recias polifonías y magistrales resonancias del monumental órgano que llegaron a transformar arrogantes certezas en pavesas de incertidumbres. Y algunos dirigimos el pensamiento a la Catedral de Granada, de Nuestra Señora de la Antigua y de la Encarnación, esculpida por José Risueño bajo el arco principal de la portada de Cano.
El difícil pero alcanzable objetivo de la capitalidad europea de la Cultura es una estupenda oportunidad para 'rehabilitar' la ciudad de Granada, potenciar su 'perfil internacional' y «realzarla ante los habitantes al incrementar su autoestima». Porque los fines de esta codiciada distinción es mostrar la «riqueza y diversidad cultural de Europa», compartir sus «rasgos culturales» e impulsar «la contribución al común desarrollo de las ciudades». Y este reto exige proyectos sólidos y atractivos, ajenos a apariencias y fuegos de artificio, para que quienes disfruten el anhelado sueño de 2031 convertido en realidad contemplen en el firmamento de aquellas noches cómo refulge la nueva estrella de Granada.
Uno de los símbolos internacionales de la Granada cristiana es su Catedral, impulsada por Carlos V en su definitiva arquitectura. A este símbolo se une la Capilla Real y la iglesia del Sagrario, conformando la «gran manzana de oro» de nuestra ciudad, como la definió con entusiasmo un visitante norteamericano.
Seguramente reforzaría la candidatura granadina un feliz acontecimiento: En 2023 se conmemora el V Centenario de la Catedral de Granada, cuya primera piedra fue colocada el 25 de marzo de 1523, y podría celebrarse con un programa de actividades que pusiesen de relieve el templo metropolitano, preludiándose con una iluminación exterior acorde con tan admirable construcción, cuyos muros suplican respeto y ser liberados de pintadas y mercadillos, e inaugurándose en 2023 con la restauración de una de sus joyas: el órgano barroco, hoy enmudecido. Existe un estudio técnico pendiente de conseguir la financiación que haga posible la recuperación de un instrumento excepcional, alma de la música catedralicia durante cerca de trescientos años. La palma del ángel que corona la caja del órgano es un auspicio de futuros triunfos. La Granada, la España y la Europa cristianas, cultas y con sensibilidad, lo merecen. Una renovada proyección de la Catedral la reafirmaría como sede de espiritualidad y exposición permanente de arquitectura viva y arte señero, y lugar de paz y encuentro en una ciudad que guarda memoria del místico universal san Juan de la Cruz, cuyo 'Cántico espiritual' sobrevuela el cielo de Granada.
Entristece ver agobiada la cabecera de la Catedral que pudo haberse liberado cuando se construyó la Gran Vía, o en la intervención prevista en la década de los cincuenta, demoliéndose los edificios levantados desde el Pasaje Diego de Siloe hasta Cárcel Baja. Se privó a Granada de vistas fascinantes.
Escribió Heinrich Heine poeta y ensayista del siglo barroco: «Los hombres de aquellos tiempos tenían convicciones, nosotros, los modernos, no tenemos más que opiniones». La Catedral de Granada nos invita a corregir artrosis cervicales, acostumbrados a fijar los ojos en el suelo por si encontramos la suerte buscada, y a mirar a lo alto para fundir lenguas, no confundirlas, para generar armonías y acortar distancias entre la pequeñez y la grandeza, a la vez que nos enaltece al sentirnos muy pequeños ante la potente fuerza de lo trascendente, en una Granada que dirige su mirada a las cumbres.
Dijo el escultor Auguste Rodin: «Desde el campanario de nuestras catedrales resuena la esperanza». Creo que las catedrales son desafíos a la soberbia y el fracaso. «Si en los escombros de la revolución creciera el árbol verde del placer, y las catedrales se cansaran de ser ruinas del fracaso de Dios», cantó el poeta y músico Joaquín Sabina. Nosotros somos exclusivamente los responsables del infortunio del mundo. ¿No se apiadan de nuestras ruinas las catedrales dignificando fracasos humanos? Tengo para mí que responde a esta pregunta Antonio Machado en su soneto cuando define el «prodigio» de la Catedral de León como «gigante centinela / de piedra y luz». En Granada, hace cinco siglos, también se inició un sueño de piedra y luz.
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