Canacos
La Carrera ·
Traigo a colación el tema porque aquí las veleidades separatistas nos suenanTía Gertrudis me telefonea azorada. A duras penas logro que eche el freno y me cuente despacito qué es lo que tanto le extraña. Hace ... una pausa y me explica cuál ha sido el motivo del soponcio: Al abrir un frasco de la leche de coco que usa para su postre de mango asado, tapioca y canela, encontró en el reverso de la tapa un premio al portador consistente en un viaje a Nueva Caledonia.
Como soy escéptico y no creo mucho en galardones (cosas de vivir en un mundo de amaños), solté los papeles que tenía entre manos y me planté en casa de tía Gertrudis para verificar el hallazgo. Y en efecto, la etiqueta no arrojaba dudas. A sus años, el azar se acordó de la tita obsequiándola con unas vacaciones exóticas, un pasaje al remoto archipiélago con el que –como ahora se verá- compartimos más asuntos de los que creemos. (Quizá nosotros también somos algo exóticos para quienes nos ven desde el trópico de Capricornio).
Enseguida me puse a recopilar datos sobre el grupo de islas ubicadas en las antípodas al que se refería el premio. Resulta que están en pleno Pacífico Sur, en Oceanía, en un enclave paradisíaco del Mar del Coral, y los habitantes de Nueva Caledonia son conocidos con el nombre de canacos, gente que habla mogollón de dialectos melanesios y todos se entienden en francés.
Se trata de una colectividad territorial, digamos, una especie de comunidad autónoma francesa formada por islas que están a solo 17.000 kilómetros de los Campos Elíseos. Este territorio singular que está a hacer puñetas, goza de un estatuto particular con el que –como no podía ser menos- están disgustados los separatistas autóctonos (otros que consideran que Francia les roba, cuando para una población equivalente a la de dos barrios de París, lo que serían los habitantes de Granada capital, reciben a fondo perdido anual 1.500 millones de euros del represor y antidemocrático Estado francés). Bien, pues los pobladores de Nueva Caledonia han votado estos días sobre su independencia de París.
Pero, ¡mecachis! El referéndum de autodeterminación –del que ya van tres en 30 años- ha vuelto a confirmar que los canacos prefieren continuar en Francia (el 53,3 % votaron no a la independencia apoyada por un 46,7 % de los canacos). Tontos no son. Y así de paso gozan del estatus de ciudadanos comunitarios, y por eso tía Gertrudis no tendrá que llevar pasaporte ni visado a la otra punta del planeta ya que la considerarán de los suyos, (eso que todavía no han catado sus postres).
Traigo a colación el tema porque aquí las veleidades separatistas nos suenan. También nos consta que Francia, cuna del constitucionalismo europeo -por cierto-, no es una república bananera de aquellas a las que aspira el populismo, digo, que los galos tienen claras un par de cositas respecto a las ensoñaciones indepes. Sobre los devaneos separatistas Francia nunca ocultó su rechazo. Repulsa concretada en la máxima: flexibles y corteses en las formas, pero férreos en el fondo.
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