Hace unos días me llamó mucho la atención el titular de un gran miedo de comunicación nacional: «España, en la cúspide de los países que ... aman los líderes fuertes y valoran menos la democracia». Como ya hemos aprendido desde hace un par de años, el periodismo se ha convertido, con heroicas excepciones, en un juego de manipulación tendente siempre a la exageración para conseguir visitas y propagar terror amarillista a la población. Lo digo porque en el eterno debate sobre la podredumbre de la política y los políticos, dejamos en un segundo plano la degeneración del llamado cuarto poder, que en este caso aspira o bien a ser el primero o a confundirse con el primero.
Como decía, este titular respondía a las conclusiones de un estudio de la universidad de Cambridge de su Centro para el futuro de la democracia, donde nuestro país lideraba, efectivamente, la erosión del prestigio del sistema democrático, junto a Grecia, Alemania y Japón. Llegados a este punto, el porcentaje alarmante, según el titular, de encuestados que no creían que la democracia fuese el mejor sistema de gobierno se situaba en el 9,3%. Es decir, que aproximadamente 1 de cada 10 españoles «rechazaba la democracia».
Personalmente, no creo que estos resultados sean para creer que en un par de años se instaurará una especie de protectorado chino o polaco, pero en dicha encuesta encontramos otro dato más llamativo aun y preocupante: el 36% apoyaban la existencia de un líder fuerte que no se someta a los contrapesos del Parlamento o la Justicia. No llega a la mitad, pero releva un porcentaje considerable de ciudadanos deseosos de ser de nuevo siervos de un amo, en la creencia de que ese tradicional cirujano con mano de hierro va a conseguir una seguridad absoluta ficticia a cambio de una renuncia real a libertades y derechos fundamentales.
¿Qué explicación se ofrece como correlativa a estos resultados? El envejecimiento progresivo de esas sociedades tendentes a la querencia de un gobernante sin controles ni límites. La ventaja que nos ofrece este estudio-encuesta de Cambridge es que en España queremos un líder fuerte pero no creemos en Largo Sánchez. La cuestión es si se podrá revertir esta tendencia antes de que aparezca un auténtico embaucador autoritario.
Siendo sinceros, que en nuestro país exista un 10% que no sienta las bondades democráticas es casi un éxito, porque después del virus destructor del 15-M que ha incapacitado a la izquierda como opción democrática y eficaz junto al parásito rajoyista que ha desangrado a la derecha como alternativa real y eficiente, uno pensaba que se encontraría con un porcentaje mayor de españoles que desconfiaran abiertamente del sistema democrático liberal. Otra cosa distinta son aquellos que creen en la democracia pero con trampa, es decir, que únicamente creen en 'su' democracia; o lo que es lo mismo, que realmente apoyan un sistema excluyente y autoritario para que solo gobiernen los suyos. Un fenómeno que está mucho más extendido y elaborado en la izquierda sanchista-podemita.
La democracia no puede ser solamente una poesía que suene bien, o una mascota dulce y encantadora en mano de esos intelectuales que les encanta escucharse a sí mismos, aunque de fondo se esté produciendo el bombardeo deprimente de una triste realidad. Si la democracia logró consolidarse como la mejor opción de gobierno de los hombres fue por su capacidad de conjugar la libertad, la igualdad y el bienestar en unos parámetros que incluían el progreso de la gran mayoría. Actualmente, estamos cada vez más lejos de ese sistema inclusivo y eficaz y de ese conjunto de valores que habían servido de bases para sociedades tendentes a la búsqueda del equilibrio y no a la exaltación de los desequilibrios y los desequilibrados. Cuando caiga la democracia, que caerá a este ritmo, nosotros estaremos muertos, pero será el legado que degustarán nuestros nietos.
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