Buteflika:Una hojade servicios
Al distinguido patriota sin tacha, resistente en la insurrección antifrancesa y gobernante de mérito que fue, se le debía haber evitado el espectáculo de ser un presidente incapacitado
enrique vázquez
Martes, 26 de marzo 2019, 23:56
Conforme a una larga –y penosa– tradición, el presidente cuasi eterno e incapacitado para ejercer la presidencia de la República de Argelia, Abdelaziz Buteflika, ha ... sido apartado del poder por quien allí lo puso: las Fuerzas Armadas. El hombre fuerte del régimen, general y jefe del Estado Mayor, general Ahmed Gaid Salah, en un cambio radical de conducta y con toda probabilidad obligado por sus pares, hizo saber que el jefe del Estado, un muerto en vida, no está cualificado para seguir en el cargo.
Argelia, un país muy relevante del África mediterránea, árabe e islámica, pasa por una crisis política, social e institucional agravada hasta la caricatura. El presidente se ganó a pulso su penosa situación (debió aplazar sine die su inminente y garantizada reelección) y asumió así el deplorable papel de jefe de Estado eterno sostenido casi únicamente por el gran partido del país, las Fuerzas Armadas, cuyo jefe es, en teoría, él mismo según los términos de la Constitución y, de hecho, están bajo el rígido control del general Salah. Este hombre no quiso ahorrarnos el penoso espectáculo de un jefe de Estado inhabilitado por su enfermedad hasta para comer y ahora pasa por ser el médico que firma la defunción política.
Él, incapaz de hacer política con altura de miras, parecía contar con el doble respaldo de las fuerzas armadas y los poderosos servicios de Inteligencia, obtenido tras años de purgas, ceses, exilios y el rédito ganado por los uniformados tras su victoria en lo que fue, de hecho, una atroz guerra civil no oficial entre el régimen y los islamistas radicales del Frente Islámico de Salvación. El FIS había ganado las elecciones locales de 1990 y estaba ganando las legislativas y su auge sólo fue detenido por los militares implacables que tras la primera vuelta interrumpieron el proceso electoral y reordenaron el escenario con el acceso a la presidencia del general Amín Zerual, descrito como un moderado y a quien se considera como el padrino de la candidatura de Buteflika, a quien había que traer desde su largo autoexilio en Suiza.
Ahí empezó todo a nuestros efectos de hoy. Es útil recordar ahora que los uniformados no habían sufrido grandes críticas internacionales por su atroz conducta en aquellos días, pese a lo cual el interesado, según se dice y se ha escrito, se hizo rogar y dudó mucho sobre si volver al escenario patrio en medio del caos, pero finalmente lo hizo, tras recibir garantías de los militares, y lo hizo, a decir verdad, con gran éxito.
Buteflika exigió mucho margen de maniobra e hizo saber juiciosamente que la situación encubría una guerra civil sólo superable con medios políticos, incluidos eventuales cambios constitucionales y medidas de gracia. Funcionó y tras largas negociaciones, se aplicó con éxito su programa de reconciliación, aunque el régimen debió aplastar un último ensayo violento del integrismo islamista, el llamado Grupo Islámico Armado, la guerrilla de Antar Suabri, abatido en febrero de 2002. Buteflika remataba así la guerra abierta contra el islamo-terrorismo y extendía con acierto su programa de normalización.
El público supo retribuírselo: desde entonces no tuvo un adversario de peso y fue reelegido sin mayores problemas... hasta cuatro veces y sin necesidad de fraude, que se sepa. Se reconoce que Argelia ha progresado considerablemente y sus cifras macro y microeconómicas así lo confirman. El país, según la tradición que en realidad creó el propio Buteflika en su larguísima gestión como insustituible ministro de Asuntos Exteriores –nada menos que trece años– sigue pesando en el coro de voces del Tercer Mundo.
El resto es más conocido: la democratización, en el sentido de liberalización política y social, ha sido más bien, como en el tardofranquismo español, obra de la propia evolución cronológica acompañada de un progreso material que, sin ser modélico ni único, se ha dejado notar. Argelia, un país dependiente de sus ventas de gas y petróleo, alcanzó un terreno medio que, en todo caso, ha sido suficiente para garantizar el éxito del relevo generacional que se produjo a finales de los noventa, tras la degradación imparable del escenario político-institucional, heredero de la atroz guerra civil nunca declarada oficialmente como tal.
Es en ese marco en el que merece un elogio la decisión de Buteflika de aceptar finalmente en su día su vuelta al escenario nacional abandonando su excelente situación económica y profesional como 'trader' en Suiza basada en su inigualable agenda personal tras su paso por Exteriores y su imagen de portavoz incansable del Tercer Mundo. Al margen de clanes, en razón de su propia emigración, y bien escogido por quien podía hacerlo, los militares exhaustos tras derrotar al FIS y necesitados de un civil de peso a modo de relevo, supo ponerles condiciones del todo respetadas hasta ahora, que se sepa.
Los uniformados no podían seguir con la ficción ridícula de un presidente físicamente acabado pero debieron evitar el espectáculo vigente, relevarle en orden y proteger su salud y su imagen en lo poco que, verosímilmente, le queda de vida. «Un bel morir tutta una vita onora», dejó dicho Petrarca. Y al distinguido patriota sin tacha, resistente de primera hora en la insurrección antifrancesa y gobernante de mérito que fue Abdelaziz Buteflika, político avezado, se le debía algo así en su tierra.
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