Muchos y muchas de los que siguen los Huesos de Aceituna cada sábado habrán quedado extrañados por el título de esta pieza que ahora leen. ... Dirán, «y el socialista -o comunista, según el cacumen del lector- este, ¿de qué se alegra?». Pensarían que el duro fracaso de toda la izquierda, en las elecciones autonómicas del pasado domingo, me tendría compungido y con pocas ganas de escribir sobre este tema. No me conocen. Quienes sí están al día de mi naturaleza optimista ante la derrota tienen claro que siquiera me entristezco cuando pierde el Real Madrid. Y eso es mucho decir en mi caso. Saben que, al día siguiente, ya estaré haciendo cábalas sobre el modo en el que el equipo se levantará para volver a ganar con la primera oportunidad de hacerlo, simplemente porque así es el deporte. Sí, sí, ya lo sé: con el Madrid lo tengo fácil. No me lo tengan en cuenta.
Seguramente, dadas las circunstancias, el empeño será más complicado con mis colores políticos. Pero es que, siempre fui muy consciente de que así es el juego del poder democrático. La tan albada alternancia en los 'sillones' cuando los que ganan son los tuyos, parece que a algunos y algunas les incomoda cuando engrosan las filas de los perdedores. Estos últimos deberían caer en la cuenta de que, suponiendo que a nuestra democracia le queden muchas décadas de vida, al menos la mitad de las suyas estarán sumidos en la melancolía. Porque el Partido Popular y Juanma Moreno Bonilla podrán gustarnos más o menos, según nuestro sesgo ideológico, pero lo que está meridianamente claro es que son una formación y un líder plenamente democráticos –a pesar de los continuos flirteos de la primera con la corrupción y las cloacas del Estado, que parecen pasar desapercibidos para el electorado-. Incluso podría decir que hoy un poquito más que ayer. Porque no es lo mismo Moreno Bonilla que Ayuso, y porque no es lo mismo gobernar con el pringoso apoyo de la extrema derecha que hacerlo en solitario.
Y es en este punto donde radican las buenas noticias con las que titulo esta pieza: la extrema derecha se ha caído de la burra -prometo que no me refiero a la alicantina de 'Graná', hija de... Dios-, o del caballo del señorito Iván. Ahí están los números y la razón, que, salvo en las redes sociales, son inatacables. En las elecciones andaluzas de 2018, las primeras en las que los del 'Cid de baratillo' enseñaron la patita, consiguieron 396.607 votos, casi un 11 por ciento del total; dando un año después el gran salto en las Generales del 10 de noviembre: en Andalucía alcanzaron los 869.909 votos, el 20,61 por ciento. Tan solo les separaron unos pírricos 7.294 votos del 'sorpasso' al PP. Yo, entonces, estaba contento porque la izquierda había ganado y, sobre todo, porque había logrado entenderse, pero el poso de tristeza por la deriva extremista de mi tierra no me lo quitaba nadie del rostro esa noche. Ténganse en cuenta que el ganador aquí fue el PSOE con 1.425.126 votos. Las diferencias tampoco eran tantas.
Pero ya sin ninguno de los rivales de Pedro Sánchez -en la foto de los debates de aquellas elecciones- con mando en plaza -Casado, Rivera e Iglesias, 'caput'-, la extrema derecha parece que no ha sacado demasiado rédito a su emponzoñamiento de la sociedad y la política en estos últimos y amargos años. Con respecto a las pasadas elecciones autonómicas siquiera han conseguido 100.000 votos más, dejándose sin embargo casi la mitad de ellos con respecto a las Generales -375.977 que, a buen seguro, habrá cosechado Juanma Moreno-. Un descalabro a todas luces, que tengo la esperanza se confirme en las próximas locales y Generales. Serán también buenas noticias para nuestra democracia, gane quien gane esas convocatorias electorales.
Claro, buenas noticias para la democracia, pero no tanto para el 'Ayuso Style', como diría el Gran Wyoming. Y es que el Partido Popular no es todo la cara de Moreno Bonilla y Feijoó, también está la cruz de Ayuso y Mañueco. Este último estará revolviéndose en su necedad -donde habitualmente se solazan sus socios- por haber hecho caso de la anterior cúpula del PP, felizmente en sus respectivas casas. La primera, sin embargo, debe estar arrugando el bigote en la intimidad porque, de golpe y porrazo, ha dejado de estar de moda entre los suyos. Ahora, fuera de la disparatada Madrid, se lleva más el 'Juanma Style'.
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