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Los bosques de los Justos

¿Por qué no sembrar árboles con nombres y apellidos, a modo de homenaje vivo de savia de saberes y memorias, que provoquen entusiasmos por aprender de lo más bello de nuestra Tierra?

josé garcía román

Viernes, 22 de enero 2021, 21:55

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Dijo Charles Dickens que «hay grandes hombres que hacen a todos los demás sentirse pequeños. Pero la verdadera grandeza consiste en hacer que todos se ... sientan grandes». Los árboles son un ejemplo incontestable al ofrecernos sus hombros para brindarnos altura de miras y mostrarnos la diferencia entre la estatura y la excelsitud que sobrevuela cielos reservados para quienes se han desprendido de rocallas y gravas, quedándose con el mínimo de cantidad de materia, la imprescindible para ir ligeros por el aire, sin bisuterías emulando joyas de guijarros. Un espacio ético donde no pueden acceder los que denigran a la especie humana, y sí quienes son paradigmas irreprochables en sus acciones y situaciones. Son los que, junto a los árboles –acostumbrados a ingratitudes en los inviernos y olvidos en los estíos, oxigenan discretamente el bosque de nuestras vidas, y tras su marcha perduran como fragancia en brazos del tiempo. Un lugar luminoso donde se contempla la imagen del mejor mundo viviente. ¡Cuántas sonrisas se ha quedado plasmadas en árboles de carne al desaparecer personas íntegras, cabales, representadas por su actitud intachable, sin agencias de publicidad! ¿Por qué no elevarlas a 'altares' de leño, atento a la voz necesitada de consejo, sin ilusiones de glorias futuras? La memoria es fugaz, porque no es posible mantener excesiva información, y por tanto subsiste la inmediata, la que nos urge, quedando relegada la que no nos interesa.

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