Vivimos un tiempo en que la desazón está embarrando nuestras vidas. Siento como un vasto declive moral corroe nuestra vida y nos impide alcanzar una ... razonable felicidad. Como muchos, creo (mientras estamos envueltos en un torbellino de egoísmo y desaprensión más obsceno) que debemos aspirar a una sociedad éticamente revivificada, más justa e íntegra, capaz de discernir lo correcto y lo incorrecto, lo bueno y lo malo, la moral, el buen vivir (saber existir y convivir en armonía), la virtud, la felicidad y el deber. Para ello tendríamos que fomentar la bonhomía como un anhelo decidido, como una obligación. Pero hablar de bonhomía parece que para muchos es referirse a la ñoñez, a la blandenguería, a alguien apocado, achicado, bobo. La bondad está mal vista en nuestra sociedad y a quien muestra inocencia y amabilidad se le tacha de iluso, de imbécil. Y es que por todas partes nos sobran idiotas y malvados con oficio. Y que no hay tonto bueno nos lo dice la experiencia. Una mala persona no llega nunca a desarrollar adecuadamente sus actitudes y sus aptitudes. Más que nunca, ahora el hombre es un lobo para el hombre. Lo explicaba Juan José Millás en una entrevista hace algún tiempo, que ser bondadoso en un mundo como este te convierte en un perdedor, es un estigma. «Por supuesto –decía-, la gente dice que la bondad es estupenda, pero es como los que dicen que ven documentales de La 2, está bien vista en la teoría, pero si vas a una entrevista de trabajo y dices, cuando te preguntan tus virtudes, que eres una persona bondadosa, se acabó la entrevista». Pero en el fondo creo que esta realidad se puede cambiar, con otra educación, con ilustración, en otras condiciones socioanímicas, con un ambiente que prime la virtud frente a la vileza.
No son muchos los líderes, las figuras públicas y políticas que, a lo largo de la historia, se han identificado con la bonhomía para explicar su extraordinaria huella. La bonhomía hay que entenderla como afabilidad, sencillez, bondad y honradez en el carácter y en el comportamiento, una bonhomía como la de Machado, que es en el buen sentido de la palabra, bueno. Pero lo tenemos difícil con el ejemplo de tantos políticos y corifeos públicos. Para ellos las personas son rebaño, clientela y audiencia. Los debates se miden por rating (cantidad de la audiencia), las propuestas por likes (esos vagos 'me gusta') y los compromisos por el engagement ('sujetar' a la audiencia). La era del espectáculo público y político, marcada por la constante competición, por el trueque de la cultura por el entretenimiento banal y el encanallamiento de la dialéctica, ha hecho que prácticamente la afabilidad y la amabilidad desaparezcan del relato. La sociedad está descorazonada. Necesita liderazgos afables que contagien un ideal de bonhomía. Sólo así podremos crear el estado emocional que nos empuje a transformar el mundo y evitar que gane la desesperanza. Que la bondad sea, además de virtud, una necesidad. Leo en la prensa que en Bélgica, el Unión Saint-Gilloise ficha jugadores en función de parámetros futbolísticos y de su comportamiento y actitudes fuera del campo. Un incentivo para muchos.
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