¿El bálsamo de Fierabrás?
A la vista de la persistente propagación del virus nos estamos preguntando cuando salga la vacuna fiable, ¿quiénes serán los primeros en tener acceso a ella
José María Guadalupe
Miércoles, 21 de octubre 2020, 23:31
Con la natural inquietud y expectación estamos rogando, desesperados y perdidos, a todos los santos –en especial a la abogada Rita de Casia– que, sin ... prisa pero sin pausa, aparezca en centros de salud y en oficinas de farmacia la anhelada vacuna contra el pandémico virus que nos trae de cabeza.
Sabido es que existe una carrera científica en distintos países para ver quién llega antes, con éxito, a la culminación de sus experimentos. En esas filtraciones interesadas que se publican en redes sociales y, especialmente en revistas médicas de mayor o menor prestigio, se escribe y opina de muy diversa manera, como es lógico. Unos apuestan por la vacuna inglesa otros por la rusa, la china o la española. Con optimismo, algunos, dicen que la nuestra podría aplicarse antes del próximo año. El doctor Cavadas, qué está de moda, largo se lo fía… y opina que dentro de unos años hablaremos.
A la vista de la persistente propagación del virus nos estamos preguntando cuando salga la vacuna fiable, ¿quiénes serán los primeros en tener acceso a ella?: sanitarios, mayores… eso parece. Tratándose de un bien social, ¿será gratuita? Y lo que es más importante, cuáles serán sus efectos secundarios. De esta cuestión, a medio plazo, es razonable que se hable poco o nada. Pero será muy importante conocer qué tipo de reacciones puede generar, fundamentalmente, en personas afectadas por diversas patologías.
En cualquier caso me alineo, desde la más absoluta ignorancia, con quienes vaticinan que la vacuna o vacunas exprés que salgan de los laboratorios no serán el bálsamo de Fierabrás. Si así lo fuere diríamos como Sancho a don Quijote: «¿Qué redoma y qué bálsamo es ése? Es un bálsamo –respondió don Quijote– de quien tengo la receta en la memoria, con el cual no hay que temer a la muerte, ni hay que pensar en morir de ferida alguna».
Y Sancho se lo creyó.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión