El miércoles se revistió de Clint Eastwood para aguantar la jornada que se presumía caliente en la plaza del Carmen. Ante los periodistas y las ... cámaras apareció como Harry Callahan. Lo acompañaba su escudero Huertas, el hombre que no le ha abandonado desde que en el Corpus de 2019 entró en la caseta de Emasagra, minutos antes de inaugurar el alumbrado. En la rueda de prensa, dejó meridianamente claro que no dejaba el bastón ni el sillón. Así, entre preguntas y respuestas supimos que 'Salvador, el alcalde al servicio de los ciudadanos' era ahora 'alcalde salvador de sí mismo y de lo que queda de Ciudadanos'. Jugar con las palabras sin concretar nada es una de sus inveteradas habilidades, que practicaba en sus tiempos de tertuliano en los gatos y los cascabeles de las teles nocturnas. Es amigo de las jerigonzas, como la portavoz gubernamental Montero, y no tiene visos de cambiar. La mañana de marras, tras reencarnarse en Harry Callahan, 'el Fuerte' intentó darle la prestancia del Titanic a su partido, cuando vemos que tiene aspecto de patera. No consiguió que los disidentes naranjas volvieran a embarcarse en esa desvencijada nao. Ciudadanos es ya una formación agonizante, a la que ni el relojero Juan Marín –que ha militado en tantos partidos como palos tiene la baraja–, puede poner en hora. El todavía alcalde de Granada y salvador de sí mismo lleva cinco días remando, con su vara como remo, bajo este sol que recalienta el bronce. Este sobrevenido numantino, que se las da de espartano aunque es de Córdoba, va camino de convertirse en un Astérix granatensis, con Huertas en el papel de Obélix. Si los hados quisieran mantenerlo en tal forma podría pasar a una maravilla más de esta ciudad, especializada en prodigios más bien cutres. De momento, con su testarudez, Salvador ha puesto a Granada en la ruleta de la chanza y de la burla. Somos de nuevo una ciudad de coña, con un alcalde cabezón y estrafalario, que está ya siendo verso y magma de quintillas, carne picada para los memes y figura en el Olimpo de los cómics.
Este campeón de la soledad entre la multitud, que al tomar posesión nombró seis o siete tenientes de alcalde, ahora se basta y se sobra consigo mismo para convocar y presidir todas las comisiones, dirigir todas las competencias, atender visitas y llamadas, hacerse las consabidas fotos diarias, mantener la presión en las calderas y hasta poner los toldos en Reyes Católicos antes de que los viandantes comiencen a sufrir vahídos por el calor. Le van a faltar horas para atender lo más urgente de la casa. Y le faltarán aquellos abrazos y besos, que tan popular le hicieron durante las largas mañanas en la plaza de la Mariana, cuando en la terraza del Café Fútbol preparaba el proyecto ilusionante de Albert Rivera. Tendrá que aprender a abrazar de espaldas.
Cuando detrás de todo este barullo municipal, tirios y troyanos reconocen que hubo un pacto, escrito o no, para la alternancia en la alcaldía, eso hay que cumplirlo. Lo contrario es indecente. En un tiempo en que los valores de la ética actual están a la altura de los albañales y la moral flojea, un gesto de honestidad y gallardía –aunque empieza a ser tarde– puede trocar la vara de un alcalde ceporro en un bastón de señorío. Vivimos una época extraña, con demasiados tics de caudillaje, a todos los niveles. Eso no es bueno. Hay que saber retirarse a tiempo.
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