Iba a contarles una de espías. Algo sobre el espionaje de Pegasus y sus dolientes víctimas: los pobrecitos Junqueras y Rufián, y esas otras almas ... cándidas de ojo periférico como Puigdemont y Torra, lumbreras de mingitorio que sufren mucho –dicen ellos- porque los espían sin anestesia. Pero no, no hablaré de esos lastimosos mártires del espionaje. Comentaré otros acechos. Por ejemplo, cómo se invade no ya la intimidad, sino las entendederas y la memoria colectiva mediante un sistema educativo que no es tal, que de instructivo tiene lo que yo de arzobispo de Manila. Así que antes que hablar de si el Estado espía a los que quieren destruirlo, aludiré a cómo se aniquila el intelecto y el futuro.
La alegría con que desde el Ministerio del ramo se desmontan cerebros, el desparpajo con que allí entonan el réquiem de la docencia, me parece más interesante que dar cancha a esos ofendiditos 'indepes' que se creen protagonistas de una película de 007.
Me pregunto hoy por el retroceso educativo de nuestro país; del que habrá responsables, supongo. Aunque lo grave es que en España nadie se extraña de que la Educación esté hecha unos zorros, y prueba de ello es la pésima opinión de la OCDE sobre nuestro sistema educativo, que depende del pistonudo ministro/a de turno que baila al son de su amo político.
Como señaló el espartano Licurgo en el siglo VIII a. C., la educación de los ciudadanos es clave para el funcionamiento colectivo, y para lograr tal cimiento es ineludible que en la enseñanza-aprendizaje concurra, respeto mutuo entre docentes y discentes, y disciplina; que no represión. Sin embargo, aquí y de un tiempo a esta parte, alguien decidió despojar al maestro de la autoridad académica y, de paso, convertirlo en un pelele que ya no está ahí para transmitir conocimientos, sino modas.
En escuelas, institutos y universidades, los contenidos ya no son relevantes, lo que importa es el buen rollito psico-afectivo, y quizá por eso proponen ahora que los niños aprendan a montar en bicicleta en clase, hurtando a sus padres también esa entrañable labor. Y, claro, si no hay nada que enseñar, ni pío de transmitir valores en una sociedad que carece de ellos. Este coctel de desprestigio de la profesión docente y de la enseñanza nos trae a la situación actual, que –me temo- condicionará nuestro futuro social.
El verdadero problema del hundimiento del sistema formativo es que hemos optado por hacer el avestruz. Lo hacemos cuando las instituciones asolan la inteligencia, cuando desde el Ministerio deciden que la ignorancia del pueblo debe ser supina, mientras ellos –los dirigentes- envían sus hijos a internados suizos o británicos, donde –por cierto- se emplean los métodos de Licurgo.
Sí, nos hemos acostumbrado a toda clase de sandeces ministeriales que validan la canallada anterior, a ocurrencias pedagógicas que, a fuerza de acumular enormes y encadenadas torpezas, dan como resultado la fantasmada educativa actual.
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