Cuando atardezca
ANDRÉS BOTELLA GIMÉNEZ
Martes, 16 de julio 2019, 02:16
Afortunadamente, el tiempo transcurre; y viene el maravilloso atardecer de la vida, que presagia el triunfo del Amor: ¡Con qué brevedad, Dios mío, la vida ... del hombre pasa, sedienta de lo infinito, como las olas marinas corren a besar la playa, muriendo cuando la alcanzan! Y coronadas de espuma (de Caridad aquejadas), rompen con eternidad la limitación que acaba, esa calma sin calmar que alienta nuestra esperanza. Dijeron algunos que «declinaba la jornada, junto al muelle del puerto, sin pesca, ni ganancia». Pero... ¡qué sorpresa al escuchar la invitación del Patrón que, dispuesto a zarpar, les enrolaba: «pescaremos de noche para volver de madrugada». Adiós al gesto cansado. En esta undécima hora, no recojáis equipaje y desatad las amarras. Saltad deprisa a cubierta, que la faena os aguarda.
Sin embargo, lentamente, sobreviene la vejez: De su oscura tez recia figura, alma de pescador, añora el mar y el viento salino que humedece rudas bocas de curtidos hombres que viven la amistad. ¡Bendita sencillez labrada con sus redes en la vida noble de estas gentes amables y de paz! Calma respira el mar, lento pesar, dulce suplicio, de quienes, desde el puerto, calientan esperanzas en el fuego de su ver, una vez más, el horizonte limpio, alcanzado en el ayer. ¡Venid! ¡Llegad! ¡Romped el encanto solitario, dulce sueño de los viejos por la mar!
Brota, entonces, la oración: ¡Qué cerca estás, Señor, al despuntar del alba! Caminas con nuestros pasos, trabajas con nuestras manos, hablas con nuestras palabras, amas con nuestro corazón... ¡si Te dejamos! Manantial de alegría, Fuente de amor, que Todo Te das y nunca mermas, sacia pronto la sed de quien Te anhela. Disipa, Verdad Divina, los engaños y tinieblas, para que, humildes, Te busquemos, que no estás lejos, sino cerca. No Te resistas, Amor de los amores, pues corre tras de Ti la voluntad que Te desea. Sé Tú, Espíritu de Caridad, Alma de la Iglesia, Luz que alumbre toda penumbra e impulse a caminar con Esperanza cierta. Agua Viva que sacias, sin hartar, ¡qué cerca estás! y yo, a la puerta. Descanso en tu Misericordia: Te alcanzaré ¡cuando Tú quieras!
Llamarada que abrasa y no quema, Corazón de Jesús, herido de Amor, Misericordia de Dios que a todos esperas: ¿cuándo vendrás a despertar nuestros ojos a tu Luz e introducirnos en la alegría eterna? Adéntranos Madre Buena, por su Llaga abierta, para que ese latir (que enloquece y aquieta) sea nuestro completo vivir y nuestra muerte serena. Estrella del mar, Madre de Dios y Reina, ¡cómo enseñas a escribir con obras lo que no aciertan las letras!
Entre caricias de sol y paredes que defienden la intimidad de miradas indiscretas, aguarda el último adiós una vida, ya tan joven como vieja. Quiera Dios cosechar una espiga tan granada, que contraste -por fecunda- con ilusiones perdidas de muchos que viven muertos sin atender a sus almas; y se estremecen, ingenuos, pensando que todo acaba o que quedó sin remate una vida tan temprana, ¡como si necesitara Dios más remate que el Amor para coronar un alma! Por eso, cuando no reste de la ola sino la espuma, que rozó la playa; de la mirada, ese dulce sueño que la arropa; y de las palabras, el eco que perdura en la memoria; no vayáis a pensar que nada queda: la semilla que enterréis es el fruto de mañana. Vosotros, por tanto, vivid con alegría esta esperanza.
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