Arroz con bogavante
Hay que reinventar los negocios, los cuerpos y los horarios. Ya no es necesario bajarse de un andamio para beberse una cerveza antes de las once de la mañana
Manuel Pedreira
Granada
Viernes, 25 de septiembre 2020, 23:10
Antonio, armillero del 69, era y es un tío echao p'alante. Bohemio, noctámbulo, ingenioso, leído y, sobre todo, vivido, dispone de un arsenal interminable ... de anécdotas y hace años no tuvo reparos en relatarnos una a los amigos con los que compartió mil farras en la Granada que se acercaba al cambio de milenio.
Aquella noche no iba a pasar a la historia. El personal femenino no se mostraba especialmente receptivo a sus desbordantes dotes de seducción. Solo quedaba pagar la última copa y largarse de aquel pub, ubicado a las espaldas de Plaza Nueva y que compartía nombre con un celebérrimo pintor simbolista austriaco. Antonio pasó al aseo y, de improviso, le sobrevino una necesidad acuciante de evacuar aguas mayores, así que ni corto ni perezoso, se encerró en aquel cubículo, y al lío que me enfrío.
La situación, o mejor dicho, la postura, lejos de incomodarle, la solventó con su habitual naturalidad. Es más, Antonio se sintió tan cómodo que se quedó dormido. Aquel templo glamouroso, donde chatis y chatos se daban al ligoteo entre copas de balón y bolsos de marca, escuchando a Oasis y a Calamaro, también valía para satisfacer necesidades físicas aún más perentorias que un beso. No sé si llegó a roncar, pero sí que del dulce sueño lo arrancaron los golpes de un camarero, que aporreó la puerta hasta despertarlo y sacarlo de allí.
Nunca volví a mirar igual aquel sitio, un local nocturno con cierto toque exclusivo que mi amigo Antonio naturalizó, bajó a la realidad más pedestre y despojó de su halo fascinante a golpe de… bueno, que desde entonces comprendí que la transgresión también está ahí, en subvertir el orden natural de las cosas que nos indica que las cafeterías están para los desayunos, los bares para las cervezas, los restaurantes para los chuletones y las discotecas para los güisquis de malta.
La hostelería nocturna ha visto en esta crisis una oportunidad y ya hay algunos pubs que ofrecen comida preparada o buscan y rebuscan en la letra pequeña de su licencia para ver si pueden instalar una cocina, aunque sea la de la señorita Pepis. En Riscal, según me contó mi padre, la paella de la canción de Sabina bien podía degustarse a las dos de la madrugada. Mi última olla de San Antón comenzó en Las Titas a las once de una noche de finales de enero de este año, aunque si hago memoria se me antoja que cuando metí la cuchara en aquel plato, el maestro Espartaco aún dominaba el escalafón.
Hay que reinventar los negocios, los cuerpos y los horarios. Ya no es necesario bajarse de un andamio para beberse una cerveza antes de las once de la mañana. Mi próximo sueño es un arroz con bogavante en la Mae West. Y bailarlo después.
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