Historia de los nombres de los papas
El cambio tras la fumata blanca no fue siempre una constante, sino algo posterior a los primeros siglos del cristianismo
Antonio Ubago
Sábado, 26 de julio 2025, 23:24
La tradición de que los papas elijan un nuevo nombre al asumir el cargo se remonta a siglos atrás, aunque no fue una práctica constante ... desde el principio. En los primeros tiempos del cristianismo, los papas utilizaban su nombre de pila. La práctica de elegir un nombre papal distinto se popularizó a partir del siglo X.
En la Universal Ciudad del Vaticano, tras la renuncia a la Sede Apostólica de Roma de Benedicto XVI y durante el cónclave habitual, el 13 de marzo de 2013, el argentino Jorge Mario Bergoglio fue elegido Papa como anterior Pontífice con el nombre de Francisco. Falleció a los 88 años, tras una larga lucha contra varias enfermedades y aunque recibió tratamiento intensivo, su sistema respiratorio, ya debilitado, no pudo recuperarse pese a las intensas intervenciones y fervientes deseos universales de recuperación. Fue elegido su sucesor el primer papa norteamericano, el cardenal Robert Prevost, como el primer pontífice nacido en Estados Unidos y conocido como el papa León XIV.
Esta costumbre tan establecida de cambiarse el nombre los sumos pontífices no se hizo sistemática hasta el siglo XVI. Previamente, los papas utilizaban como nombre de pontificado su nombre en latín. Así, el primer papa, Pedro, uno de los 12 apóstoles, se hizo llamar Petrus. Pero en el año 533, llegó un papa llamado Mercurio y esto se convirtió en un problema, ya que éste era el nombre de un dios romano y llamarse Mercurio I era profano, reconoció. Ante la situación, este papa decidió adjudicarse un nombre de pontificado, haciéndose hace llamar Juan II, fijando una costumbre que desde el siglo XVI no ha cambiado.
Otra de las curiosidades de los nombres papales es que estos se traducen a los distintos idiomas del mundo. Es por esto que al anterior papa lo hemos llamado Francisco, mientras que en Ciudad del Vaticano fue Francesco, en Francia, François y en Reino Unido, Francis.
El nombre de los Obispos de Roma siempre va a acompañado de números romanos, en referencia al número de papas que haya habido con el mismo nombre. En español, estos números hasta el 10 se leen como ordinales, mientras que los superiores se leen como cardinales. De ahí que Juan Pablo II se leyese, Juan Pablo segundo, mientras que Benedicto XVI, se leyese Benedicto dieciséis.
Cuando comenzaron a elegir un nombre los papas era su intención que reflejara su visión del pontificado, rindiendo homenaje a figuras o doctrinas importantes. Para un papa, el nuevo nombre representa una orientación para su ministerio y un homenaje a las virtudes o acciones de un predecesor o santo. Además, la elección puede reflejar una continuidad doctrinal o un programa de reformas. Es, en cierto sentido, el significado simbólico de lo que será su pontificado.
De acuerdo con el Vaticano, cada nuevo papa puede elegir libremente el nombre que usará para gobernar la iglesia católica, después de haber sido designado mediante una votación secreta en la celebración del cónclave. Generalmente, el nuevo Papa suele elegir su nombre de entre los nombres de alguno de los Papas antecesores, el de un santo propio de su devoción o bien su propio nombre en una versión latinizada. El nombre papal representa la identidad que asume un Papa tras su elección y bajo la cual ejercerá su pontificado.
La práctica de cambiar de nombre no fue siempre una constante. Los papas de los primeros siglos del cristianismo conservaban sus nombres bautismales al acceder al trono pontificio. Esta tradición comenzó a transformarse durante el siglo VI. A partir de 1555, la adopción de un nuevo nombre papal se convirtió en una norma invariable para todo Pontífice recién elegido.
Según el Vaticano, una vez el cónclave elige, por mayoría de dos tercios, quién es el nuevo Papa, este designa el nombre con el que quiere que se le conozca con total libertad. Esta decisión, completamente personal, suele estar influenciada por las ricas y sugerentes historias de la Iglesia Católica.
El último papa en utilizar su propio nombre fue Marcelo II en 1555, una decisión que ya entonces era algo excepcional. Los nombres son elegidos libremente por los papas, y no se basan en ningún sistema. Se han utilizado nombres de predecesores inmediatos o distantes, mentores, santos, o incluso familiares, como en el caso de Juan XXIII, que escogió este nombre en honor a su padre y a Juan el Bautista, el santo patrón de su pueblo natal.
En 1978, el cardenal Albino Luciani fue el primer papa de la historia en escoger un nombre compuesto, Juan Pablo I, en honor a sus dos predecesores: Juan XXIII, que le nombró obispo; y Pablo VI, que le nombró patriarca de Venecia y cardenal. Juan Pablo I también fue el primer papa en más de mil años (desde Landón en 913) en escoger un nombre inédito. Tras la muerte de Juan Pablo I apenas un mes después de su elección, el cardenal Karol Wojtyła fue elegido papa y, deseando continuar la línea establecida por su predecesor, escogió el nombre de Juan Pablo II en su honor. En 2013 se añadió un nuevo nombre: al ser elegido, el cardenal Jorge Mario Bergoglio escogió el nombre de Francisco para enfatizar el espíritu de humildad de san Francisco de Asís.
De los 266 papas oficiales, solo hay tres españoles: el gallego Dámaso, número 37, en el año 366 y los valencianos, Calixto II, el 209, en el año 1455 y Alejandro VI, el 214, de la familia de los Borja, en 1492.
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