La verdad de la mentira
Antonio Mesamadero
Lunes, 3 de marzo 2025, 23:03
No recuerdo si fue Voltaire o Travoltaire el que dijo la cursilada de 'No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la ... muerte tu derecho a decirlo'. La frase encierra mucho de mentira y la prueba de ello es la política, esa selva de la palabra donde las opiniones del contrario son tratadas como desperdicios del diccionario de la RAE. Valga como ejemplo uno de esos entretenidos espectáculos en el Congreso de los Diputados, el hemiciclo donde la verdad suele tomarse vacaciones sin avisar y donde algunos sujetos dan la nota aferrándose a sus mentiras cual Carpanta se aferraba a su pollo. Es inútil esperar que una pequeña luz de dignidad aflore en ellos y comprendan que lo peor de mentir no es el contenido del embuste, sino la intencionalidad.
En política, casi todos los caminos conducen a la trola. Los elegidos en las urnas construyen sus asentamientos en torno a ella porque la consideran un manantial de supervivencia. Los gobernantes vienen y van, generación tras generación, pero la finalidad de la mentira sigue intacta: saciar la sed de poder.
No se puede engañar más. La semana pasada lo comprobé leyendo la noticia de que La Coruña estrenó su Aesia en una sede distinta a la ofrecida al Gobierno en 2022, pese a que la oficina que propusieron fue determinante para la elección. Acabada la lectura entre retortijones de indignación, me acordé de una estrofa del gran Joaquín Sabina: «Es mentira que nunca te he mentido, es mentira que no te mienta más».
A la cultura se llega de muchas y muy imaginativas maneras. Por ejemplo, yo llegué a la leyenda de Romeo y Julieta a través de Shakespeare, mientras que mis padres lo hicieron a través de Karina. Con la mentira pasa algo similar, ya que no todo el mundo entra en ella por la puerta grande de los sabios. Tomemos dos ejemplos contrapuestos del asunto. Platón admite que la verdad no es fácil de creer, así que justifica la utilización de la «noble mentira» como herramienta de gobierno para alcanzar el bien común; en cambio, Max Weber, en su libro 'La política como profesión', sentencia que el fin no justifica los medios y para ello argumenta cuestiones éticas. Algo queda claro, ambos habrían alucinado con la veracidad de los criterios del Gobierno para elegir la sede de la Aesia. Mentiras, malditas mentiras y las actas del Gobierno sobre la Aesia. Los ciudadanos exigen su derecho a que les digan la verdad, y los políticos reivindican su derecho a cambiar de opinión. Es el juego del ratón y el gato que siempre acaba en la trampa de las urnas, donde el cebo para ir a votar es siempre... una mentira atractiva. Seguimos atrapados en el bucle 'pinochesco'.
Epílogo: En su soneto 'Valimiento de la mentira', Quevedo presenta el embuste como un instrumento útil que protege de la verdad y facilita moverse socialmente. Los mentirosos, en opinión del escritor, llevan una vida cómoda porque la sociedad los premia y los promociona. Como la vida misma.
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