Vejez, divino tesoro
Antonio Mesamadero
Lunes, 8 de julio 2024, 23:01
Antes de que se pusiera de moda la eterna juventud, la vejez se valoraba igual que el vino: cuanto más viejo, mejor. Pero ni todas ... las personas ni todos los vinos se benefician del paso del tiempo. De hecho, hay octogenarios que viven picados y agriados como los malos caldos, incapaces de alcanzar cierta solera de pensamiento. Así veo a ese anciano carcamal llamado Donald Trump, el gran poeta de la política americana. Para la historia queda su haiku 'Biden, ese viejo saco de basura'. A su vez, Biden vive como si fuera a vivir siempre, rasgo esencial del que no piensa en su propia fragilidad.
Cumplir muchos años es un triunfo personal que conlleva daños físicos colaterales. Las fuerzas se concentran entonces en las cosas pequeñas y en la conclusión de tareas que un día fueron mecánicas y que ahora se convierten en pequeños milagros, como hacer pipí intentando acertar en la diana del váter o masticar sin que el rosario dental sufra alguna baja. No vivimos, simplemente la vida nos vive. Y la prueba de que no controlamos nuestra existencia es que echamos barriga, nos quedamos pelones y envejecemos sin quererlo.
Dentro de cada anciano hay un niño interior. Por eso suele mostrar un interés sincero por los más pequeños de la casa, que aún están muy verdes en el arte de vivir. Ejerce de abuelo de la guarda las veinticuatro horas y es la farmacia emocional donde sus nietos encuentran un remedio natural pero infalible a base de muchos consejos y abrazos. Fórmula magistral única.
Los mayores resultan interesantes e imprescindibles. No porque sean una curiosa pieza de museo, sino porque han descubierto las mentiras de este mundo y pueden darnos unas cuantas clases magistrales antes de que Pinocho nos empitone salvajemente. A pesar de las cataratas y la sordera, ven y oyen mejor que nosotros.
Epílogo: no dudemos en abrirle nuestro corazón a un abuelo con ganas de hablar. Si no es Donald Trump, seguro que aprendemos mucho de él.
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