Romance del comisionista
Antonio Mesamadero
Lunes, 11 de marzo 2024, 23:19
Estas hondas palabras escritas por el Arcipreste de Hita en el siglo XIV dan testimonio de que el amor al dinero no lo inventó el ... Tío Gilito: «Hace mucho el dinero, mucho se le ha de amar; al torpe hace discreto y hombre de respetar». También Quevedo aportó luz al asunto cuando escribió: «Madre, yo al oro me humillo, él es mi amante y mi amado, pues de puro enamorado de continuo anda amarillo. Poderoso caballero es Don Dinero». O sea, que el 'Caso Koldo' no es más que un 'reskoldo' del fuego y los ardores ancestrales del género humano por el vil metal.
Relata la UCO en un detallado informe que el fornido comisionista (siempre acompañado de su señora) también hizo negocios con varias empresas granadinas a las que asesoró sin ánimo de lucro después de cobrarles. El mundo de los chanchullos es de quien nace para conquistarlo, y quien ama la pasta, de pasta no se sacia. El que vive para la tela marinera nunca tiene suficiente, o como diría el gran doctor en filología hispánica José Mota: el ansia viva de estar en todos lados y en todas las tajás.
Hay dos tipos de amor al parné: el puro y el inmoral. No es lo mismo robarle el Mercedes a un sujeto de alta alcurnia, que el Ford Fiesta a un currante. Las dos cosas están mal, pero el primer perjudicado podrá recuperarse de la pérdida con suma facilidad, mientras que el segundo se acordará de la madre del ladrón incluso en su lecho de muerte. El tema de las mordidas en la compra de mascarillas también rezuma inmoralidad, ya que se hurtaba sin importar mucho el perjuicio al ciudadano. Mientras los comisionistas contaban dinero, las horas contaban muertos por covid y comercios fallecidos por ruina económica.
William Blake afirma en uno de sus ensayos que si las personas abriéramos de par en par las puertas de su percepción, todo aparecería tal y como es: infinito. Algo parecido pensé cuando desfloró la trama Koldo: como todo se airee, a algunos se le va a hacer eterno.
Resumiendo, que mientras muchos granadinos aplaudían merecidamente a los sanitarios todas las tardes desde sus balcones, otros se llenaban las manos no de aplausos, sino de fajos de billetes de quinientos. Puro vicio.
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