Puente sobre trenes turbulentos
Hay un viejo chiste –sin gracia– que relata las vicisitudes de un matrimonio con doce hijos que no llega a finales de mes, ni tampoco ... a principios. El cabeza de familia, después de consultarlo con la almohada de la desesperación, siente que la única salida a tan angustiosa penuria es saltar todos por un puente, la mujer y los niños primero. El desesperado padre pasa a la acción, se lleva a su familia a un puente y allí comienza a lanzar niños al agua, cada uno con su piedra atada al cuello.
Cuando llega el turno de su mujer, ella se echa a llorar rogándole clemencia e intenta convencerlo de que niños pueden tener otro chorro cuando las cosas mejoren, pero que ella es insustituible y no va a encontrar una santa así ni en esta vida, ni en la otra. Como la obstinación humana además de ciega es sorda, ata otro piedrolo al cuello de su señora y la envía sin devolución al río.
Ahora es su turno. Se hace el nudo reglamentario para la ocasión y dice adiós a la vida como el enamorado Cavaradossi en la ópera Tosca de Puccini. Un minuto de silencio antes de saltar hace que cambie de opinión: «Me cago en mi vida, ¿no voy a ser capaz de ganar lo suficiente para mantenerme a mí mismo?», exclama. Se desata la cuerda y se aprieta el cinturón, todo solucionado.
Este chiste, digno del mejor Poe y de la peor 'malafollá' tiene un protagonista cuyos paralelismos con los pasajeros del AVE Granada-Madrid tirados por una avería en mitad de la nada son más que evidentes. La única diferencia es que los pasajeros del AVE, además de pensar en tirarse por un puente, piensan en la gestión de Óscar Puente.
Ese chiste –sin gracia– llamado conexión ferroviaria de nuestra provincia es 'trending topic' en las conversaciones habituales de los granadinos, pero es imposible atarle un peñasco al cuello y lanzarla al río. No obstante, seamos optimistas, porque al menos nosotros no hacemos el ridículo como esos pasajeros que se quedaron tirados por el apagón y en vez de quemar el tren, que era lo suyo, se pusieron a bailar como 'tolilis'. Todavía nos queda algo de dignidad, no sé dónde, pero algo nos queda.
El martirio entre raíles que padecemos, digno de los más selectos sufrimientos del santo Job, puede servirnos para mejorar nuestra paciencia como ciudadanos, y de paso, incubar una hermosa úlcera cuyo tratamiento debería costearlo el Ministerio de Transportes por pura humanidad.
Epílogo: De peores hemos salido. Es más, que yo recuerde siempre hemos estado así de bien con el tema de los trenes, al borde de un precipicio o de un Puente y en sintonía con el estilo inconfundible de nuestras infraestructuras. Una constante desde que nacemos hasta que nos vamos de puente eterno. El traje del atraso ferroviario está hecho a nuestra medida.
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