Pensiones migaja
Antonio Mesamadero
Martes, 28 de noviembre 2023, 00:28
Llevo años que me parecen siglos escuchando el sonsonete de que no peligra el sistema de pensiones. Y haciéndole los coros al sonsonete, la matraca ... de que éste petará a corto plazo y los pensionistas serán condenados a la desgracia. En mi opinión, esto último sobraba decirlo, porque cualquier persona que cotice en el Régimen General de Coeficientes Intelectuales sabe que las pensiones son la constatación en euros de la desgracia. Una pensión es la prueba de que el dinero ni se crea ni se destruye, sólo se transforma en migajas.
Los pensionistas son caza mayor en el coto electoral, así que cada cuatro años son agasajados por el Gobierno de turno con las sobras que sobran del despilfarro y con la promesa de mantener el poder adquisitivo de esas sobras. Eso sí, hay que reconocer que los gobernantes saben envolverlas para regalo mejor que un profesor de origami.
La pensión de un abuelo es pequeña, de acuerdo, pero extendida finamente a lo largo del mes sirve de colchón familiar. El problema es que este colchón tirando a salvavidas se está quedando en los muelles porque la polilla de la inflación lo está canibalizando. Si el pensionista es el «Pikolín» en una familia de desempleados, la inflación es la cama de clavos donde se desvelan a diario.
¿Hacía dónde va el sistema público de pensiones? La respuesta es sencilla: hacia el sistema privado de pensiones, pero a saltitos imperceptibles. No hace falta ser keynesiano, ni tampoco marciano, para percatarse de la merienda de negros diseñada a futuro para que la economía siga siendo cosa de los más fuertes o de los que más trincan. El pensionista no entra en ninguno de estos dos grupos, ya que se mueve en un sistema de castas económicas donde el Gobierno dice que es un intocable, pero la realidad es que sólo interesa como etnia votante.
Mi vecino Honorio es un veterano pensionista. Anualmente recibe una carta donde se le informa con una grandilocuencia a la que sólo le falta la Marcha Triunfal de la ópera Aida, de que con el nuevo año su pensión aumentará unos eurillos al mes. Él siempre dice con humor resignado que gracias a ello su mujer y él vivirán como príncipes, que seguirán sin poder llenar la cesta en el súper pero vivirán como príncipes.
Epílogo: Los pasados y presentes pensionistas nunca ataron los perros con longaniza. Y los futuros, posiblemente, tendrán que comerse al perro. ¡Guau, qué fuerte!
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