Abandono estival
Antonio Mesamadero
Lunes, 15 de julio 2024, 23:03
Bukowski escribía como quien arroja pintura sobre un lienzo, y ese va a ser mi modelo para escribir este artículo. De un brochazo y dejándome ... llevar por los colores ocres de la indignación.
El verano granadino se caracteriza por el éxodo de personas y animales a las carreteras granadinas, y es allí donde en ocasiones sus destinos se separan. Los primeros acaban en primera línea de playa y los segundos en primera línea de autovía, abandonados a su suerte por unos dueños que prefieren viajar por la vida ligeros de equipaje moral. Estamos en temporada alta de abandonos, y mascotas y ancianos se llevan la palma.
Se me vienen a la cabeza los versos de León Felipe narrando su viaje a África. Allí vio parir a una gata y a una mujer, y comenta que la gata parió mejor que la mujer. Seguidamente relata que vio morir a un asno y a un capitán, y sentencia que el asno murió mejor que el capitán. Y también que oyó llorar a un niño de noche. Pero al final se dio cuenta de que no era un niño, sino un monito que había perdido a sus padres víctimas de unos cazadores. Según el poeta, aquel monito lloraba más desgarrada y dolorosamente que todos los niños que él había oído llorar en el mundo. ¡Cómo lloraba el monito! Así son de sentidos los animales.
Cuanto más conozco a las personas, más quiero a mi perro y a cualquier perro. Incluso al del vecino. Me gustan los canes porque en ellos veo una lealtad que en los humanos está en serio peligro de extinción. Los perros abandonados en las cunetas de las carreteras lloran como el monito del poema de León Felipe. Sin comida ni bebida, ni lugar donde resguardarse.
Y con los ojos como ventanas abiertas llorando por lo que más llora un perro: por la traición de su dueño, al que creía padre y amigo. Haciendo una analogía, eso es como si vas conduciendo y en mitad de la autopista se te aparece Dios en el asiento de copiloto, te da un abrazo y te promete todo su cariño para siempre. Pierdes el conocimiento de tanta y tan perfecta felicidad, y cuando despiertas allí no hay ni Dios y han volado todas tus pertenencias.
No creo en el karma porque conozco infinidad de hijos de perra que no sólo no han recibido castigo por sus fechorías, sino que han muerto de viejos pellejos sin dolor y forrados hasta reventar. Y puteando hasta el éxtasis. Pero debería de existir para los que olvidan que los animales tienen alma, corazón, y te entregan su vida.
Por hoy ya te dejo, me está llamando mi perro para sacarme de paseo.
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