En un lugar de Florida de cuyo nombre bien que nos acordaremos, no ha tanto tiempo que jugaba al golf un vivián de los de ' ... wedges' y 'putter' enristrados, de empuñadura dorada, bolsa 'tour staff', Rolls-Royce Silver Cloud del 56, 'caddie' dúctil y perro robótico Spot. Golpeaba la bola con desgarbada figura –nadie se atrevía a calificarla de otro modo que no fuera 'elegante'– hasta hacer un 'birdie', pero nunca había conseguido un 'ace'. Y todo vino a complicarse cuando importunados escozores en las ingles fueron avivados por aquellos pantalones vaqueros lesotenses, regalo de la princesa Melania por su cumpleaños.
Una mañana, cuando las luces de los pantanos aún no habían soliviantado el sueño de los cocodrilos, partió de Mar-a-Lago el tagarote caballero Donald Quijano Júnior –'pelogualdo', así conocido– hacia la venta Casablanca. Acumulaba noches de insomnio, atribuladas ensoñaciones y afanes por alcanzar un 'hoyo en uno' desde el 'tee' de salida, visionando sin desmayo, para mejorar su técnica, tutoriales de YouTube, pero su cuerpo deforme no ayudaba. Ante la falta de sueño, invadieron su atormentado intelecto monstruos, enemigos y ladrones de ilusiones. Ni siquiera su exclusivo 'resort' fue capaz de apaciguar la fiebre que lo trastocaba en soberbio, vengativo y capitoste.
El viaje, antes que avión, en el Rolls-Royce Silver Cloud del 56. Provisto de sus mejores palos de golf, atravesó largas autopistas entre amenazas de gentes morenas, sucias y malolientes, y vítores de chicos musculosos, blanquitos y rubios enarbolando banderines con siluetas de 'greens'. Arribado a 'Venta Casablanca', 'agasájole' el ventero Vance, satisfaciendo su deseo ególatra invistiéndolo caballero, acaso de alguna orden de caballería posadera de narcisistas: «Vuesa merced, centinela y guía del universo, iluminador de tinieblas y azote de malvados y criminales». Y Quijano Júnior atisbó socarrona sonrisa.
El servil Vance predicaba las bondades del nuevo huésped, ataviado con finos y costosos trajes, larga corbata carmesí, que disimulaban su estrafalaria figura de adiposa blandura, ahora ángel salvador de su negocio que, a buen seguro, dejaría sus arcas repletas de sustanciosas monedas. «Bendita sea la guía luminosa de su riqueza para el buen gobierno de nuestras vidas», sentenciaba eufórico el hospedero, antes que la decepción lo alcanzase.
Así fue que la obsesión del engreído Quijano por aquel 'ace' acuciaba sus privilegiadas neuronas. Devoto del totalitarismo antes que demócrata, ideó para el alivio de sus males que mandatarios de todos los confines del mundo vinieran a lamer sus ingles escocidas. Ni siquiera calmada tanta desgracia por el bálsamo de Fierabrás.
Veló palos aquella noche en el Jardín de las Rosas. Sin tregua, escribió con trazos gruesos tantas cartas como mandatarios había. Y según dibujaba palabras, recitaba: «Maldito escozor que me trastorna, no tardéis en venir o seréis castigados sin piedad». La oscuridad de la noche se teñía de sones estridentes. Tantas fueron las alarmantes voces, que el ventero, abriendo puertas y ventanas, salió presto tan despavorido como inquieto. Y a sus pasos, sirvientes, empresarios y especuladores se arremolinaron en derredor de Donald Quijano Júnior. Vociferaba este sin desmayo, advirtiendo aquestos, ufanamente: «Me están besando el culo, a todos los reto a lamerlo, que no digan que es producto de mi encantamiento, si no saldré en su búsqueda sin compasión». Acrecentaba valentía y poderío por tantas aventuras ideadas en su perturbada mente, como voces anunciadas desde el Altísimo: «Pon el mundo a tus pies, extermina desheredados, migrantes y otras raleas venidas a delinquir, asesinar y robar».
Mas persistiendo el escozor, y no olvidando el anhelado 'ace', hizo saber la mala fe de dos execrables enemigos: los pingüinos de Islas Heard y McDonald que, tras noches de insomnio, emergían en los documentales de la Fox para contagiarle extraños andares, que no cejaba en imitar; y la pérfida Lesoto, exportadora de pantalones Levi's, que Melania le regaló. Malditos calzones, cortos de tiro, martirio insufrible al golpear la bola en cada 'putt'.
Estas gentes arremolinadas quedaron absortas ante semejantes confesiones de hombre de tanta prestancia. Mas el ventero Vance aminoró tan crecida admiración, calificándolo de 'idiota' como antaño. Recordó historias de hombres valerosos, huéspedes de la venta Casablanca, ninguno tan descabellado como Quijano Júnior, y evocó su pretérita estancia en ella, cuando salió ahuecando el ala, haciéndoles saber que aire tan jactancioso renacía de enajenación rayana en la locura, desvaríos y obsesiones.
Obnubilado, el caballero 'peligualdo' se alejaba del Jardín de las Rosas. Las plumas, artífices de tantas palabras, acariciadas con ternura por tan adiposas manos –codiciosas de los grifos dorados del 'resort'–, quedaron a la luz de la luna sobre el brocal de una fuente. Acompañando sus pasos un quevedesco son: «Madre, yo al oro me humillo, / él es mi amante y mi amado, / pues de puro enamorado / anda continuo amarillo. / Que pues doblón o sencillo / hace todo cuanto quiero, / poderoso caballero / es don Dinero».
A la mañana siguiente, ni su viejo amigo pastor presbiteriano ni Melania –retornando presta a la hospedería– lo convencieron para remediar semejante encantamiento. Empujado a la fuerza al Rolls-Royce Silver Cloud del 56, bloquearon las puertas, donde se revolvía como fiera enjaulada. ¡Menudo rebote cervantino!
Hannah Arendt expresaba –'Los orígenes del totalitarismo'– que en la era del imperialismo los hombres de negocios, empresarios de éxito, se convertirían en políticos aclamados como hombres de Estado. Y en la era de la digitalización –decimos nosotros–, su valor añadido se incrementa mediante manipulación de medios, bulos y desinformación difundida. Los poderes económicos y políticos fundidos en peligrosos.
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.