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De Buenas Letras

Manos de santas

Antonio Carvajal

Miércoles, 2 de octubre 2024, 23:06

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La primera vez que vi un sacerdote negro oficiando una misa fue en Niebla. Hablaba un castellano correctísimo, entonaba con grata melodía y, entre el ... estridor del coro rociero, su apacible y llena voz unía en santo matrimonio a una joven pareja. Un conde de Niebla tuvo el singular honor de que don Luis de Góngora le dedicara la fábula de Polifemo y Galatea y negras y negros alegraron algunos villancicos del insigne cordobés con su media lengua nutrida de portuguesismos. Al cura de Niebla lo encontré más alto y más guapo que los varones iliplenses, todos de gris y con grandes gemelos de plata en las bocamangas de las todas blancas camisas. El vestuario del sector femenino, por contra, parecía más apropiado para acudir a las carreras de Ascott, tanto por lo alegre de los vestidos como por el pimpante diseño de los tocados. Vi que los contrayentes tomaban en la boca la comunión. La especie eucarística era de un blanco limpísimo.

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