Manos de santas
Antonio Carvajal
Miércoles, 2 de octubre 2024, 23:06
La primera vez que vi un sacerdote negro oficiando una misa fue en Niebla. Hablaba un castellano correctísimo, entonaba con grata melodía y, entre el ... estridor del coro rociero, su apacible y llena voz unía en santo matrimonio a una joven pareja. Un conde de Niebla tuvo el singular honor de que don Luis de Góngora le dedicara la fábula de Polifemo y Galatea y negras y negros alegraron algunos villancicos del insigne cordobés con su media lengua nutrida de portuguesismos. Al cura de Niebla lo encontré más alto y más guapo que los varones iliplenses, todos de gris y con grandes gemelos de plata en las bocamangas de las todas blancas camisas. El vestuario del sector femenino, por contra, parecía más apropiado para acudir a las carreras de Ascott, tanto por lo alegre de los vestidos como por el pimpante diseño de los tocados. Vi que los contrayentes tomaban en la boca la comunión. La especie eucarística era de un blanco limpísimo.
Pero hace poco me comentaba un amigo de Antequera que las clarisas del convento de Belén están en la más absoluta miseria. Desde hace muchos años no profesan novicias de blanca tez y níveas manos y la comunidad se renovaba con monjitas de importación, oscurillas de cutis, y vivía del trabajo de las inmigrantes sabiamente adiestradas por las muy ancianas madres, más que octogenarias y, así, elaboraban dulcísimos dulces de pascua y delicadísimos bienmesabes. Ay, han fallecido todas las blancas viejecitas y a la clientela habitual del convento el paladar le rechaza las delicias venidas de manos oscuras.
¿Racismo en Antequera? Por favor, no piensen mal, ¿cómo una ciudad tan pía va a tener las entrañas tan duras para dejar en la inopia a este breve rebaño de ovejas negras que rezan por todos para el bien común?
No sé si las clarisas de Belorado, ricashembras por la gracia de sus manos, tendrán una partida en su presupuesto para ayudar a sus hermanas de religión necesitadas. El convento de Belén es una de las muchas joyas que atesora Antequera, con una preciosa sacristía donde las pinturas cuentan la vida de San Juan de la Cruz, pues hasta la desamortización de Mendizábal lo ocupaban frailes carmelitas. En la iglesia hay bellísimas imágenes e interesantes cuadros que se atribuyen a Mohedano, el pintor que celebró en vibrantes versos el poeta Pedro Espinosa. Nada fungible está en manos de las monjas que lo habitan, salvo el fruto que elaboran, siempre exquisito y ahora desdeñado.
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