Conmovedoras cartas contra la sin razón
El médico y último alcalde republicano de Granada, Manuel Fernández-Montesinos, escribió a su madre y hermano unas misivas en las que describe cómo fueron sus últimos días
Antonina Rodrigo y Antonio Arenas
Miércoles, 13 de agosto 2025, 22:44
El proverbio latino 'Verba volant, scripta manent', con el sentido que actualmente se le da, hace referencia a la fugacidad de las palabras, que se ... las lleva el viento, frente a la permanencia de las escritas en algún soporte que puede ser, desde una lápida hasta una humilde cuartilla. Este último es el caso de unas notas manuscritas del médico y último alcalde republicano de Granada, Manuel Fernández-Montesinos Lustau –Granada, 1901, Granada, 16 de agosto de 1936–, cuñado de Federico García Lorca pues estuvo casado con su hermana Concepción y con la que tuvo tres hijos, Vicenta, –Tica–, Manuel y Concha. Las tres conmemovedoreas misivas manuscritas a las que hemos tenido acceso son viva muestra de su carácter humanitario y ponen el vello de punta al saber cómo fueron sus últimos días antes de su fusilamiento en las paredes del cementerio de Granada.
Las cartas a las que hacemos referencia pertenecen al holocausto granadino del verano de 1936. Confirman el proceder en aquellos fatídicos días de las autoridades granadinas, en que su función fue exterminar a miles de indefensos ciudadanos de forma expeditiva. Gentes inocentes, como el autor de ellas, alcalde socialista de Granada, y, sobre todo, médico que, como otros, atendía a los barrios de gentes obreras y sin recursos, por lo que fueron llamados «médicos de pobres». Tan buen médico fue que, en las últimas horas de su vida, seguía preocupado por sus pacientes hasta el punto de pedir a su hermano Gregorio que cuidara de ellos, como podemos leer en su carta destinada a su madre y fechada el 11 de agosto cuando ya estaba retenido en la prisión provincial, en la que solicita que le diga a su hermano Gregorio «que haga el favor de encargarse de mis enfermos y que haga los avisos que lleguen», relacionando a continuación el nombre y domicilio de los pacientes a los que atendía, y, añade, «si Gregorio no puede encargarse de la consulta, llama a Fernandito para que lo haga él». En esa carta aún se muestra confiado y le pide a su madre que no esté intranquila, pues no le pasa nada e incluso, le manda 50 pesetas. Por su hija Concha, sabemos que en los hogares muy necesitados Manuel les metía bajo la almohada unas pesetas para sufragar los gastos de los medicamentos que necesitaban.
En la segunda carta de Manuel Fernández-Montesinos datada el 11 de agosto del 36 y dirigida a su hermano Gregorio, la aparente tranquilidad se ha transformado en terrible angustia pues se muestra «impresionadísimo por lo que está ocurriendo desde hace varios días» ya que por las noches se está procediendo al fusilamiento de presos «como represalia por las víctimas de los bombardeos con lo de esta noche van ya 60 escogidos». También escribe que «las primeras ejecuciones fue algo tan monstruoso que no creímos nunca que se repitiera, pero esta noche se ha repetido a pesar de todo. No sé lo que pedirte que hagas. Sólo te anuncio que de seguro así todos vamos cayendo más o menos rápidamente y no se sabe qué desear, pues si es terrible acabar de una vez es más angustiosa esta espera trágica sin saber a quién le tocará esta noche. Es necesario que hagas algo para así terminar este suplicio». Entre las peticiones que le hace es que se ponga de acuerdo con Diego y su tío Frasquito para que hablen con Rosales, dirigente de Falange Española. También que hable con Del Campo, gobernador militar de Granada, pero sin decirle que él lo ha pedido. Por supuesto, le pide que no le diga nada a su madre y a Conchita pues no quiere que se enteren «de la situación angustiosa por la que pasamos. Yo ya estoy resignado a no poder volver a veros más y desearía que su sufrimiento fuera lo más llevadero posible».
Los malos augurios se comenzaron a cumplir en la jornada del 15 de agosto del fatídico año cuando desde la Comandancia Militar de Granada el comandante de caballería Sebastián Morales Lara, ordenaba el cumplimiento de lo previsto en el Bando del 31 de julio por lo que acordaba que «a las cinco horas del día de mañana sean pasados por las armas los 20 individuos que al respaldo se citan». Estas personas así sentenciadas, sin juicio alguno, fueron: Melchor Pulido Guzmán, José Villo Eslava Sabaté, José Megías Manzano, Manuel Fernández Montesinos, Juan Comino Alba, Miguel Álvarez de Salamanca, Gabriel Juárez Cervilla, Antonio Gutiérrez Roble, Rafael Gutiérrez Robles, José Gutiérrez Robles, Francisco Guerrero López, Diego Rivas Bueno, Francisco Ramírez Caballero, José Palanco Romero, Maximiano Hernández, José Cuesta Cabrera, Federico García Ponce, Juan Padilla Pozo, Francisco Padilla Pozo y Ramón Rodríguez Martín.
En la jornada del 16 de agosto, el secretario por orden del juez se personó en la prisión a la una y cuarto para proceder a notificar a los individuos relacionados el objeto de estas diligencias suministrándoles los auxilios que requirieron. Llegadas las cuatro horas y veinte minutos fueron entregados al oficial encargado de su traslado hasta la inmediaciones del Cementerio Municipal donde tuvo lugar la ejecución de los mismos asisitiendo acto seguido a su enterramiento una vez que, por los forneses se dictaminó su defunción. El proceso se acompañó de los correspondientes certificados de defunción firmados como era lo habitual, por José Cobo. Son tan intensas estas cartas y tan trágicas las circunstancias que en ellas se narran que consideramos necesario que sean conocidas. Recogen el testimonio de una persona que vivió desde dentro de la prisión esos aciagas jornadas en las que unas personas fueron conscientes de los que se les venía encima y que nosotros deseamos nunca jamás vuelva a repetirse.
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