La caverna digital
Ángeles Peñalver
Jueves, 2 de enero 2025, 23:08
Un beso en la boca del emérito Juan Carlos y Doña Sofía. Un abrazo fraternal de Pedro Sánchez y Feijóo. Yolanda Díaz e Isabel Ayuso ... encariñadas. Parejas políticas de enemigos íntimos, en deseables actitudes amistosas con decoración y música de Pascua, desfilan en un vídeo humorístico hecho por inteligencia artificial que se cuela en nuestros teléfonos para felicitarnos la Navidad. Esa mentira manifiesta, puro ingenio patrio, nos arranca la sonrisa dos minutos y… a otra cosa, mariposa. Ese vídeo de los políticos y los reyes amándose, deja balbuciendo en mi mente un no sé qué –trayendo a San Juan de la Cruz, maestro del trampantojo poético– y no logro deslindar bien la frontera entre lo real y la ficción, entre la verdad y la mentira, entre la catástrofe política que vivimos y la autocomplacencia de la socialdemocracia.
Mentir está de moda. Quizá siempre lo estuvo. Pero nunca contó el engaño con tantos altavoces y replicantes. Cojo un autobús urbano destino a las lecciones magistrales de los profesores universitarios Ginés Torres y Miguel Ángel García, quienes huyen de los fuegos artificiales y ocupan sus puestos en la artillería de la voz, la memoria y la escritura para disparar el pensamiento de los estudiantes. Ginés nos exhorta a los alumnos de Filología Hispánica a hacer el acto revolucionario de leer un clásico completo. Miguel Ángel convierte cada clase en un ejercicio de sinceridad que no nubla su pulcra memoria, donde tiene archivada la poesía del siglo XX con fechas, versos, anécdotas literarias y detalles editoriales sin necesidad de mirar un guion. Salgo de mis pensamientos. Busco a mis compañeros de autobús. Nadie me mira. Tampoco se miran entre ellos. La niebla meona de los móviles los tiene atrapados, cabeza abajo, gota a gota, vídeo tras vídeo, con una mirada emponzoñada de imágenes vanas que minutos más tarde nos harán difícil prestar atención en clase. Vamos con un atracón de contenidos digitales a las aulas. Frente al profesor necesitamos descansar la mente.
Confiamos nuestra inteligencia personal e individual a móviles, portátiles y tabletas. Vivimos con el cerebro en las manos
Confiamos nuestra inteligencia personal e individual a móviles, portátiles y tabletas. Vivimos con el cerebro en las manos. Se nos rompe el móvil y la vida se hace añicos. Todos usuarios, 'followers' de algo... ¿Quién critica dónde, por qué, quiénes, cómo y para qué se producen esos consejos taladrantes sobre consumo, moda, paternidad, salud, alimentación o finanzas? Una inmensa minoría recauda, crea, diseña algoritmos, muestra vidas absurdas, seca sus lágrimas antes de la foto con la sonrisa ideal y construye demás ficciones succionadoras de nuestra dopamina. Mientras, la mayoría consume ideas sin filtro en una ajetreada existencia que nunca alcanzará el cuerpo editado, la dentadura blanqueada, la salud de recetario, los viajes financiados, ni las familias de cartón piedra de los predicadores de ese cibermundo en las antípodas de nuestra vida imperfecta. Menos escenografía y más verdad. La educación crítica y filosófica debe ser previa a la inmersión digital. Si no, estamos perdidos como sociedad pensante.
Las leyes de consumo digital en menores y adolescentes están alboreando y urge que alcancen la mayoría de edad, aunque se me antoja que el problema de fondo es que los adultos les ponemos a nuestros hijos banda ancha desde pequeños para que nos permitan vivir sin sobresaltos. En un móvil cabe más peligro que en la calle, pero nos tranquiliza tener al niño a la vista, sentado y en silencio, con una falsa sensación de seguridad que ya empieza a enseñar los colmillos. Como si el porno consumido por muchos menores de edad fuera más inofensivo que caerse de un árbol o romperse un brazo.
El juez Calatayud asegura, ante los abusos sexuales de unos niños a otras niñas en un colegio de Granada, que ese fenómeno no se había producido hasta ahora entre escolares y que los benjamines de esta generación hiperconectada se están criando sin infancia. Junto a él, otros expertos avisan del auge de la violencia en los colegios y la vinculan con la tecnología, con los videojuegos y las redes sociales. Siempre hubo transgresiones infantiles, pero hasta la irrupción de los móviles, al cerrar la puerta de casa te adentrabas en el exclusivo y finito universo parental, con sus pros y con sus contras. Ahora, niños, adolescentes y mayores nos acostamos y nos levantamos con millares de mensajes dispares relampagueando en la pantalla. El espectáculo digital nos roba horas de sueño, pensamiento propio y atención sostenida. Los estudiantes de instituto llegan adormecidos por el móvil. Primero les hemos regalado la droga y, una vez enganchados, queremos que se autorregulen con charlas de hábitos saludables.
Para no sucumbir ante la inteligencia artificial y las falsas apariencias, para discernir la libertad intelectual del consumo de ideas, debemos volver la mirada intensamente a las humanidades, que tienen el reto en el siglo XXI de analizar, regular y divulgar las bondades y los peligros de uso de los dispositivos digitales. No hubo debate previo sobre el consumo, ya desenfrenado, de aplicaciones y pantallas; y ahora, con la cabeza agachada y enganchada a lo digital, volvemos a ser como los hombres de la caverna de Platón: incapaces de levantar la mirada hacia la realidad.
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