Uso ¿y abuso? del empedrado granadino
El empedrado artístico no es una herencia de nuestro pasado medieval, ni tan siquiera moderno
Ángel Rodríguez Aguilera
Sábado, 20 de enero 2024, 23:04
Por mi profesión vivo ligado a los barrios históricos de Granada y por el tiempo que llevo ejerciéndola he podido asistir a los procesos de ... cambio urbanístico, no siempre acertados, que se han producido en estos últimos 25 años en el Centro, Albaicín y Realejo y me llama poderosamente la atención la expansión, como una mancha de aceite, del uso del empedrado granadino, especialmente en los últimos tiempos. El caso del Albaicín es quizás paradigmático, porque no hay intervención proyectada que sustituya el empedrado tradicional por el empedrado granadino, históricamente conocido como empedrado fino. Y no es que esté en contra de su uso, pero creo que es necesario hacer una reflexión sobre dónde lo ponemos y cómo afecta a la imagen de los barrios históricos. Una noticia reciente, sobre el proyecto de eliminación de cables y antenas en el Albaicín, tan necesaria, anuncia la remodelación de varias calles del barrio con empedrado granadino, hasta unos 900 m. Casi un kilómetro más de empedrado en el barrio, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
El empedrado artístico no es una herencia de nuestro pasado medieval, ni tan siquiera moderno. No formaba parte de las técnicas tradicionales para pavimentar de forma duradera calles y plazas, sino que es una incorporación que se hizo a partir del siglo XVI y que se desarrolló de forma muy rápida durante los siglos XVII y XVIII. Su uso estaba restringido a los espacios privados, como los zaguanes de las casas o los patios interiores, para luego incorporarse, a lo largo del siglo XIX, a los cármenes y jardines. Su utilización en ámbitos públicos quedaba limitado a los compases de conventos e iglesias y solo a partir de la segunda mitad del siglo XIX comenzó a introducirse en plazas y acerados de calles, como por ejemplo a la plaza de Bibarrambla, pero siempre de manera discreta y modesta. Los arquitectos Torres Balbás y Prieto Moreno utilizaron de forma desmedida esta técnica, incorporándola a sus restauraciones tanto en la Alhambra como en otros edificios históricos de la ciudad, alimentando desde entonces la relación entre el empedrado granadino y el pasado medieval de la ciudad. Su uso tradicional transitó desde el ámbito de lo privado a lo público hasta tal punto que terminó siendo identificado como el pavimento histórico por antonomasia de la ciudad, sin que en realidad nunca lo hubiera sido.
No obstante, creo que forma parte de un patrimonio histórico valiosísimo, mal conocido y muy mal tratado: entendamos el empedrado fino como un mosaico, que en vez de utilizar teselas de colores como hacían los romanos, usa pequeños cantos blancos y negros, con los que dibuja sus composiciones, normalmente vegetales o geométricas.
Es una seña de identidad de la ciudad y por eso hay que conservarlo y restaurarlo adecuadamente (...), sin olvidar que hay que ser más selectivos en su uso, no invadiendo espacios históricos donde es un elemento ajeno
En Granada aún conservamos un buen número de empedrados históricos, algunos bellísimos, como el de la Cartuja, el del patio del claustro del Sacromonte, el compás de Santa Isabel la Real o el de la iglesia de San Pedro y San Pablo.
La arqueología ha sacado a la luz cientos de empedrados y los ha destruido sistemáticamente porque nunca se han valorado suficientemente, perdiendo un caudal de información y un patrimonio muy importante.
Ahora vemos cómo el empedrado artístico ya no utiliza los materiales tradicionales, porque los cantos blancuzcos y pardos del Beiro o del Darro y Genil, que le daban esa textura tan característica, han sido sustituidos por cantos de un blanco inmaculado, los motivos tradicionales se han estilizado al máximo, incorporando otros nuevos, y se ha expandido por espacios donde nunca estuvo.
Es cierto que el empedrado granadino es una seña de identidad de la ciudad y por eso hay que conservarlo y restaurarlo adecuadamente, y no reparar de forma burda aquellos que con más de 300 años aún se conservan, proteger los que a partir de ahora pudiera aparecer en las excavaciones arqueológicas y que tuvieran interés patrimonial, y sin olvidar que hay que ser más selectivos en su uso, no invadiendo espacios históricos donde es un elemento ajeno, distorsionando más que embelleciendo el entorno de nuestros barrios históricos.
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