Indiferencia
«Ha llegado un momento que nos molestan los inmigrantes, los parados, los enfermos, los que pasan hambre, los que viven en la miseria. Nos molesta la pobreza y, en consecuencia, los pobres a los que culpamos por serlo»
Ángel Iturbide
Periodista
Sábado, 9 de agosto 2025, 23:08
Últimamente me pregunto a menudo cuándo perdimos la dignidad colectiva y la humanidad. Cuándo abandonamos nuestros más preciados valores de solidaridad, empatía, unidad, respeto, tolerancia, ... trabajo, esfuerzo,… para convertirnos en seres egoístas, cerrados en nosotros mismos, en definitiva, en una sociedad suma de diferentes individualidades indiferentes hacia los males que padece el resto. Una comunidad que ha dado la espalda a lo más elemental que debe presidir una sociedad como es el apoyo, la generosidad y la solidaridad entre unos y otros. Y de lo que escribo hay múltiples ejemplos que nos llevan a una deriva social en retroceso, una deriva que nos ha hecho perder todo aquello que nos transmitieron nuestros mayores y aquello que recogimos en el discurrir de nuestro camino vital. Y si en esa deriva hemos caído todos como sociedad, difícilmente vamos a transmitir ningún valor que merezca la pena a nuestros descendientes. Porque nosotros lo hemos perdido todo y no nos va a quedar más remedio que volver a empezar: empezar bien o mal, pero volver a iniciar el camino.
Nos hemos convertido en una sociedad alejada de la pura realidad para vivir nuestra particular realidad que para unos puede ser positiva y para otros negativa, pero el egoísmo imperante nos impide echar la vista atrás para recoger a quienes se quedan en el camino como había ocurrido hasta ahora. En el camino de la pobreza, de la insolidaridad, de la intolerancia, de la exclusión… Estamos en un sálvese quien pueda, pero el que no pueda que no moleste, que calle, apriete los dientes y aguante, pero sin molestar. Porque ha llegado un momento que nos molestan los inmigrantes, los parados, los enfermos, los que pasan hambre, los que viven en la miseria. Nos molesta la pobreza y, en consecuencia, los pobres a los que culpamos por serlo. Lo único que nos importa y que valoramos somos a nosotros mismos. Lo peor es que para que nos moleste menos miramos a otro lado en un vano intento de que no nos dañe la vista, no nos afecte. Si no, cómo es posible que sigamos indiferentes a la tragedia en la que viven los palestinos. Genocidio. Pero no un genocidio sin más, estamos ante la aniquilación de un pueblo de una manera programada, con sus tiempos y con una planificación muy pautada.
Cómo podemos vivir como si no ocurriera nada. Estamos en el punto en el que, si no nos pasa a nosotros o a los nuestros, no existe, no ocurre. Pero sí. La gente, personas como nosotros, está muriendo y lo está haciendo de la peor manera. Trasladándose de un lugar a otro según lo planificado y muriendo de hambre. Muriendo intentando agarrar un saco de harina, mientras nosotros comemos todos los días y tiramos toneladas de comida a la basura. Y no solo mueren de hambre o intentando coger un saco de harina. Mueren destrozados por las balas, por las bombas que no dejan de caer en una ratonera como es la franja de Gaza donde dos millones de personas, sí personas, no tienen donde ir y no tienen que comer y, lo peor de todo, no tienen ningún futuro.
Creíamos que con los nazis la maldad había tocado fondo y que más era imposible. Y nos equivocamos, porque lo que está haciendo Israel no es menos grave y la maldad se equipara. Lo que más extraña es que venga de un pueblo que sufrió un holocausto que ahora está repitiendo, aunque sea a menor escala. Cierto es que los terroristas de Hamas pusieron su parte de barbarie y que los últimos vídeos de rehenes más muertos que vivos no ayudan en nada, pero la planificación de la aniquilación de todo un pueblo no tiene parangón. Y ahora Israel anuncia que ocupará militarmente hasta Ciudad Gaza lo que obligará a sus moradores a seguir huyendo de un lado a otro sin posibilidad de salir del infierno, lo que dibuja un futuro trágico para los rehenes que continúan con vida, para los soldados que realizarán la incursión y para miles de palestinos. Da igual que sean hombres, mujeres o niños, da igual porque el odio no deja ver a las personas que hay en ellos.
Y ahora parece que los países van reaccionando porque ya no pueden seguir mirando a otro lado. España ya reconoció a Palestina con el convencimiento de que la solución está en el reconocimiento de los dos estados: Israel y Palestina. Ahora se han sumado Francia, Reino Unido, Alemania y otros países, pero lo han hecho con dudas y demasiado tarde. Y yo me pregunto dónde estamos el resto de la población mundial. Salvo excepciones no nos hemos echado a la calle para gritar que ya está bien, que esto debe terminar. Para obligar a Netanyahu y a quienes lo soportan en el gobierno a negociar y alcanzar un acuerdo que evite más dolor. Estamos disfrutando de nuestro verano, de nuestras vidas, de nuestras miserias y parece que no nos ha quedado tiempo para mirar a los que sufren, a los que mueren; porque si no miramos no vemos y eso es más cómodo que tener una garra que nos desgarre el estómago.
Con eso habremos de vivir y la historia nos juzgará y quienes vengan detrás se avergonzarán de nosotros, pero como ya no estaremos que más da. Sigamos viviendo, pongámonos unas anteojeras, miremos al frente y a los que estén detrás que sobrevivan como puedan, pero que no cuenten con nosotros.
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