Bastante celeridad
Andrés Ollero
Sábado, 10 de mayo 2025, 00:28
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Andrés Ollero
Sábado, 10 de mayo 2025, 00:28
«El lunes se vivió en España un gravísimo apagón resuelto, visto con perspectiva, con bastante celeridad». Jordi Nieva Fenoll
Ha sido unánime la agradable ... sorpresa de constatar la notable serenidad y los detalles de solidaridad con que el español medio asumió las inenarrables consecuencias del salvaje apagón experimentado en toda España. Los conductores, con semáforos incoloros, respetaban los pasos de peatones, mientras que estos no se valían de su prioridad, sino que aguardaban a que se reuniera un grupo significativo, para lanzarse al asfalto interrumpiendo la circulación. No faltó algún ciudadano que se enfundara un peto amarillo para dirigir el tráfico, a la espera de que tomara el mando alguien más adecuadamente uniformado.
Esta inesperada ventolera solidaria ha debido afectar notablemente a mi amigo y colega procesalista al que cito, hasta el punto de apreciar la –a su juicio– bastante celeridad con que los responsables del evento lograron devolvernos al siglo XXI. Todo ello en un artículo publicado en El País, en el que abogaba por una pronta desaparición de la Audiencia Nacional, por motivos extraprocesales emparentados con la memoria democrática. Bien es verdad que el proceso rehabilitador de la red no se puso en marcha beneficiando a las comunidades autónomas por orden alfabético, sino –como viene siendo lógico– comenzando por Cataluña, lo que me perjudicó dado mi emplazamiento andaluz.
En mi caso, la bastante celeridad superó las dieciséis horas y media, como pude comprobar dejando activado el interruptor de la luz, para que –al volver el fluido– me despertara, ya que me había ido a la cama enarbolando solemnemente una vela y necesitaba saber desde qué momento podría intentar la hazaña de lograr un billete de tren que me devolviera a Madrid desde Granada, donde se me había anunciado para conferenciar sobre derechos humanos, incluido el derecho al fluido eléctrico, directa o indirectamente abonado; una vez caducado el tique que debía habérmerlo permitido a media tarde del laborable lunes.
Dieciséis horas –afortunadamente fuera de un ascensor– sin teléfono para lograr un taxi que me trasladara a donde se me aguardaba, sin internet para cualquier asomo de comunicación o teletrabajo, bien pronto a la luz de la vela, pegado –eso sí– al transistor a la espera de si el martes –donde debía asumir responsabilidades a la 1 de la tarde– circularían trenes o de cualquier otra información que me devolviera a la realidad. Al fin el señor Sánchez, que tanto viene criticando a su equivalente valenciano, nos obsequió con una mínima comparecencia –sin preguntas– ofreciendo una información tan doble como tautológica: dejó bien claro que no conocía las causas de la novedosa situación, pero –como es lógico– no descartaba ninguna hipótesis; ya que, sin causa, no cabría descarte alguno.
En fin cada cual se las arregló como buenamente pudo. Me fui a la cama, vela en ristre, para –dada la tensión– experimentar un duermevela, interrumpido a las cuatro y media de la madrugada, al encenderse ¡la luz! Intenté sin éxito recuperar el sueño no logrado. Opté por levantarme a las seis y, tras una breve ducha, marcharme a la búsqueda de un posible tren. Logré así ser «reubicado» en uno, improvisado como repesca, a las siete y media y me las prometí felices, esperando poder cumplir mis deberes llegando a Madrid a las 11.
No contaba con cómo anda buena parte de Andalucía de comunicaciones, ni hasta qué punto la convaleciente catenaria funcionaría. El resultado fue elocuente: la tres horas y media de viaje se convirtieron en seis horas y tres cuartos, arruinando mis ilusiones de puntualidad. El 'alta velocidad' no superó los 30 kilómetros–hora hasta Córdoba y realizó frecuentes paradas de una decena de minutos, para no coincidir con trenes en dirección contraria, pese a la doble vía; todo un curioso programa: conozca usted el campo español, libre de prisas. Acabé comiendo en Madrid cerca de las tres. Todo parece indicar que mi colega catalán lo tuvo más fácil y quizá pudo trabajar el mismo lunes; es sabido que los catalanes son más laboriosos que los andaluces…
* Andrés Ollero es magistrado emérito del Tribunal Constitucional.
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