Armonía rota
Aunque nunca haya sido nuestra mayor virtud, estamos perdiendo la capacidad de convivir. Desafinamos frente al prójimo. Nos cuesta reconocer más de una nota, o ... aquellas que no suenen exactamente igual a la nuestra. Preferimos escuchar cada vez menos acordes. Nos estamos quedando mancos para la armonía.
El amable Agustín, que entretiene desde hace veinte años a turistas y vecinos en el mirador de San Nicolás, fue salvajemente apaleado por tres jóvenes tras pedirles con educación que dejasen de beber alcohol y fumar porros justo al lado de las criaturas. Cualquiera que visite parques o plazas con sus hijos ha presenciado situaciones similares: la sensación de amenaza, impunidad e impotencia.
Poco me preocupan sus agresores; mi solidaridad está con Agustín y también con las familias que padecen a diario estas intimidaciones. Por mí, como si los deportan de inmediato. Pero sí me inquieta el modo en que, cuando sucede algo así, nuestros prejuicios ancestrales emergen y embarran los análisis. Porque la nacionalidad, religión o raza de los delincuentes suelen suscitar comentarios o destacarse en primer plano sólo cuando, como en este caso, son de origen extranjero.
He llegado a escuchar que el Gobierno no hace nada para regular la inmigración ilegal porque le beneficia electoralmente. Quienes repiten semejantes eslóganes omiten que los inmigrantes ilegales no tienen, por supuesto, ningún derecho a votar. Y que, cuando consiguen el permiso de residencia con muchísimo trabajo y tras un mínimo de cinco años de permanencia legal, apenas pueden participar en las elecciones municipales (nunca estatales) si sus países de origen tienen convenios con el nuestro. Tan sólo las personas con nacionalidad española están convocadas a las elecciones generales. Y la nacionalidad no se consigue drogándose en la calle y apaleando vecinos.
Hace unos años, a mi esposa y a mí casi casi nos quema vivos un yonqui españolísimo que intentó incendiar nuestro edificio, donde vivían otras dos familias con un bebé. El criminal, que no era un desconocido para la policía ni para la justicia, fue puesto en libertad provisional horas después de ser arrestado, tal como ha sucedido con los brutales agresores de Agustín. Se espera que sean investigados por un delito de lesiones o incluso de tentativa de homicidio. Lo cual, a la vista del tremendo parte médico, tampoco sería descabellado.
Si la mala educación, la violencia y la impunidad dependieran del origen, resultarían relativamente fáciles de solucionar. La realidad es diferente y mucho más compleja: por eso en Estados Unidos, donde hoy imperan las políticas más xenófobas de su historia, quienes se lían a tiros en los colegios son casi siempre ciudadanos estadounidenses. Pero el concierto sigue y nos tapamos las orejas. ¿Quién quiere escuchar sus propios ruidos?
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