El mundo está hecho unos zorros, y así anda desde Adán y Eva. El ser humano transita entre la lógica y la locura, entre la ... sensatez y los monstruos marinos que surcan su cabeza, en lucha con cíclopes de un solo ojo y los pactos con el prójimo, entre arpías y normas. Habitamos arenas movedizas donde confluyen la razón y la manía, la franja situada entre la verdad y la mentira, entre abrir o no la caja de Pandora, en ese territorio donde la mejor noticia es que la tragedia no se instale en nuestras vidas.
Así, y sin más anestesia que un té frío, me recibió ayer tía Gertrudis cuando acudí a uno de sus requerimientos de solterona octogenaria. Después de soltarme la perorata inicial, ella hizo pausa, respiró hondo, ocluyó la boca hasta dejarla zurcida y cerró pestañas durante unos instantes, como concentrándose y tomando brío para proseguir con su argumento, y esto que hoy cuento es resumen de aquella plática:
'Querido sobrino: Te he llamado deprisa y corriendo porque estoy segura de que me espían, de que como en la Comisión de Secretos Oficiales, los míos también son secretos a voces. Estoy convencida de que me pinchan el teléfono y hay micrófonos escondidos por aquí, y, como puedes imaginar, estoy indignada e igual de ofendidita que esos 'indepes' a los que –pobrecillos- están espiando los Anacletos del CNI. Así que tenemos que hacer algo y acabar con este sinvivir'.
Lo primero que comenté a tía Gertrudis una vez terminó de hablar, fue que la guerra por la información oculta se libra en batalla cotidiana. Desde Salomé a Obama, pasando por Napoleón y Gengis Khan, se usan métodos de espionaje a diestro y siniestro en todo tiempo y lugar.
Desde que vivimos en sociedad hace miles de años, todo quisqui se interesa por las andanzas de su vecino/a. No conozco régimen que no intente averiguar del prójimo, sobre todo si el prenda es un tocapelotas que elude sus obligaciones o quiere romper la baraja. Y para ello se utilizan variadas formas de espionaje; unas veces tras el visillo (sic José Mota) y, otras, mediante sofisticados dispositivos electrónicos. Y esto, además, lo han hecho y lo hacen dictaduras y democracias de todo pelaje, incluso esas que admiramos.
No olvides tita –añadí- que en cada humano alberga un traidor que saldrá a flote según la circunstancia, y una vez que el Estado (cualquiera sea) se percata de ello, pone su maquinaria a funcionar. No por nada, sino porque tiene mala sombra que no ya los enemigos declarados, sino esos otros más taimados que encima cobran de él, quieran reventar el Estado desde dentro de sus costuras. Pero, claro, esto es tan complicado que todavía no lo han entendido los separatistas.
Lo curioso del tema –concluí- es que el asunto del espionaje también sea parte del vodevil de la política española, y que el jefe de gobierno reciba en este trance más ayuda de la oposición que de sus propios socios.
Deje ahí el rollo al escuchar pitidos detrás de un cuadro.
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