Tiempos para la épica
La Literatura, en cualquier caso, no es una actividad frívola ni inocente y quienes tratan de convertirla en algo intrascendente también están manifestando una toma de partido.
Ana Moreno
Sábado, 13 de septiembre 2025, 23:55
Cuando estudiamos Bachiller, aprendimos pronto en Literatura la diferencia entre épica y lírica: la primera, para expresar la subjetividad, para mostrar los sentimientos… y la ... segunda, para contar lo que pasa en el mundo: aventuras y gestas que protagonizan grandes héroes y personajes singulares. Otra cosa es que en La Ilíada, en la corte del rey Arturo o en el Amadís de Gaula, aparte de las hazañas de los personajes, aparezcan también sus pasiones; que Cervantes ponga en boca de Don Quijote las palabras «Yo sé quien soy» como una afirmación categórica del yo frente al mundo y reivindique la libertad, o que muchos poetas –la manifestación lírica por excelencia- pidan en sus versos la paz y la palabra, resistan, sean vientos del pueblo y se lancen a la calle para anunciar un tiempo nuevo, para exigir la paz, para expresar la solidaridad, para luchar contra la injusticia y la explotación.
La Literatura, en cualquier caso, no es una actividad frívola ni inocente y quienes tratan de convertirla en algo intrascendente también están manifestando una toma de partido; ha sido –y sigue siendo- un arma cargada de futuro; así lo consideran quienes toman la palabra para la reivindicación y la lucha, pero quienes escriben de asuntos supuestamente intrascendentes o intemporales también expresan su forma de ser y de estar en el mundo; siempre ha ocurrido a lo largo de la Historia, pues no por no querer señalar las contradicciones, éstas dejan de existir.
Ha habido momentos en los que esas contradicciones parecían más evidentes y no había tiempo para la lírica, como escribió Bertolt Brecht en el año mil novecientos treinta y nueve. Durante muchos años, todo –desde la conquista de la democracia al grito feminista de lo personal es político- estaba teñido de épica: lo manifestábamos en las calles, en el trabajo, en la universidad, en los debates… y siempre encontrábamos la voz de los poetas para nuestros himnos de lucha y resistencia.
El postmodernismo intentó cambiar este paradigma y ahí seguimos cincuenta años después. Claro que sigue habiendo intelectuales, artistas, escritoras y escritores que en sus obras y en sus manifiestos denuncian la injusticia, exigen la paz y anuncian un orden nuevo; pero la ideología neoliberal trata de convencernos de que no hay alternativa fuera del sistema capitalista, como si la explotación que sufren millones de personas en todo el mundo no fuera razón suficiente para intentar articular y conquistar otro modelo social, alternativo a lo existente, algo que no podemos construir desde la competitividad y el sálvese quien pueda, poniendo por delante y como objetivo único la libertad individual, cuando hay tantas cadenas que oprimen a tantas personas en tantos lugares del mundo. Pienso, por el contrario, que solo podemos hacerlo de forma colectiva, tendiendo puentes y juntando brazos, cultivando la solidaridad y la ternura, sembrando justicia para cosechar paz y, desde luego, eso no es negar la libertad y los derechos individuales, las emociones, los sentimientos y la cotidianidad, sino entender que la vida personal no implica una renuncia a lo público, a la acción política, a la lucha y al compromiso revolucionario; que 'la lírica' no es lo contrario de la razón, de la Historia y de la utopía y que impregnar de épica la vida cotidiana es más necesario que nunca. Porque hay tragedias que nos duelen, como el genocidio que está sufriendo el pueblo palestino, pero damos un paso más en ese dolor al señalar a los culpables, acompañar y seguir la Flotilla de Gaza, denunciar las muertes de periodistas y el hambre que mata cada día a niñas y niños; todo eso que hacemos desde el corazón y desde la razón y todo eso que sentimos individualmente y expresamos colectivamente, nos dice que son tiempos para la épica.
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