Pan y techo
El capital siempre voraz e insaciable entendió que había mucho dinero que ganar en el ladrillo y empezó la especulación urbanística
Ana Moreno Soriano
Jaén
Sábado, 26 de octubre 2024, 23:14
Para la generación de nuestros padres, tener una vivienda en propiedad era un proyecto al que sacrificaban otros deseos: sería más grande o más pequeña, ... más sencilla o más lujosa, pero un lugar para vivir que convertían en un hogar confortable y seguro, con trabajo y dedicación. Algunas familias que emigraron en aquellos años compraron una casa en su pueblo, para volver definitivamente o para volver de vez en cuando, porque no querían perder sus raíces; hubo quienes no volvieron y encontraron su vivienda en los pisos que se construían en el extrarradio de las grandes ciudades y también hubo muchos obreros que dedicaron el descanso dominical, después de trabajar todos los días en la obra, para levantar su propia casa con la ayuda de la familia; son las casas llamadas 'domingueras', según me explicó una amiga la primera vez que fui a Vallecas y que conviven con los grandes bloques de pisos que se han construido a lo largo de varias décadas en esa zona de la capital de España.
Creo que ese deseo de tener una vivienda pasó también a mi generación; quienes nacimos en los años cincuenta y sesenta del siglo pasado, teníamos ante todo el afán de conseguir un trabajo estable y la hipoteca era el siguiente paso, con la satisfacción de nuestros padres que entendían que era lo más natural del mundo; cierto que nos suponía un esfuerzo, pero era un gasto que se podía afrontar incluso con un solo sueldo en la familia y, aunque hubiera que prescindir de algunas cosas y supusiera un esfuerzo, merecía la pena y, sobre todo, no nos costaba la vida.
Pero el capital siempre voraz e insaciable entendió que había mucho dinero que ganar en el ladrillo y empezó la especulación urbanística: los ayuntamientos recalificaron terrenos, se construyeron viviendas, aumentó la demanda, se dispararon los precios, los bancos ofrecían préstamos que resultaron ser una ruina para quienes sufrieron desahucios y hubo incluso quienes pagaron con su vida no poder afrontar el pago de una hipoteca. Varios años después nos encontramos con muchas viviendas vacías y con muchas personas que no solo no tienen vivienda, sino que no tienen ni la esperanza de tenerla, porque los precios se han disparado y los sueldos, aún con subidas en los últimos años, no alcanzan para pagar ni siquiera un alquiler. El acceso a la vivienda condiciona la vida de muchas familias, mientras los dueños de inmuebles se están enriqueciendo a su costa; los jóvenes siguen compartiendo piso y pagando por una habitación un precio abusivo; los trabajadores y trabajadoras de temporada tienen que vivir en condiciones pésimas si quieren ahorrar algo y los migrantes que llegan a nuestros pueblos tienen que añadir la falta de vivienda a otros problemas que ya sufren. Por todo eso, las manifestaciones de hace dos semanas tuvieron una gran participación y un gran eco social y hay que saludar el movimiento que está surgiendo para organizarse y reivindicar que todas las personas tengamos una casa para vivir.
España es un Estado Social y Democrático de derecho, según la Constitución y el artículo cuarenta y siete establece que todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada, pero, no nos engañemos, no hay un mandato constitucional para que la vivienda sea un derecho exigible como lo puede ser la educación, la sanidad o las pensiones. Y, sin embargo, una casa es necesaria, imprescindible, el lugar de nuestros libros y nuestros afectos, nuestros proyectos y nuestra memoria; es mucho más, por lo tanto, que un espacio habitacional, en palabras de la poeta chilena María Elena Walsh 'Nuestra casa es nuestro modo de ser'. El acceso a la vivienda es algo tan importante que no vamos a dejarlo en manos del mercado y son los poderes públicos los que deban intervenir para garantizarlo. Porque es un derecho.
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