Luis Cernuda
Cuando me acerqué por primera vez a su poesía, me llamó la atención que, para el título de uno de sus libros, tomara un verso de Gustavo Adolfo Bécquer.
Ana Moreno Soriano
Jaén
Sábado, 27 de septiembre 2025, 22:35
El pasado veintiuno de septiembre se cumplieron ciento veintitrés años del nacimiento de Luis Cernuda en Sevilla. Cuando me acerqué por primera vez a su ... poesía, me llamó la atención que, para el título de uno de sus libros, tomara un verso de Gustavo Adolfo Bécquer, sin duda el poeta del amor que leíamos las adolescentes, aunque era mucho más: un visionario romántico, libre, irracional, subjetivo, que transita entre la realidad y el sueño y crea una poesía y una poética que trascienden su tiempo e influyen poderosamente en toda la lírica posterior. También en la poesía de Cernuda, en el poemario Donde habite el olvido, aparecido en mil novecientos treinta y cuatro. Antes ya había publicado, entre mil novecientos veintisiete y mil novecientos treinta y uno, Perfil del aire y Los placeres prohibidos, entre otras obras que expresaban las tendencias poéticas del momento, desde la poesía pura al surrealismo. En estos años se relaciona con Juan Ramón Jiménez y otros poetas contemporáneos, como Emilio Prados, Manuel Altolaguirre, Vicente Aleixandre y Federico García Lorca, sin olvidar a Pedro Salinas, de quien fue alumno en la Universidad de Sevilla; también por entonces viaja a Madrid, a Málaga, a París, a Barcelona…, traduce a algunos escritores franceses y colabora en revistas literarias con textos en verso y prosa.
El Catorce de Abril de mil novecientos treinta y uno está en Madrid y forma parte de aquella muchedumbre alegre que recorrió la calle Alcalá hasta la Puerta del Sol para celebrar la proclamación de la Segunda República. Cuando el Ministerio de Instrucción Pública crea el Patronato de las Misiones Pedagógicas unos meses después, Cernuda se incorpora a esta labor artística interdisciplinar para visitar distintas provincias, desde Ávila a Cádiz, al tiempo que sigue escribiendo y participando en distintos foros literarios, como la lectura de sus poemas en el Lyceum Club Femenino, en enero de mil novecientos treinta y cinco, o la conferencia sobre Bécquer en Alicante, unos días después. A esta época pertenece también la publicación del libro citado, Donde habite el olvido, al que seguiría La realidad y el deseo, en mil novecientos treinta y seis.
El golpe de Estado del general Franco le coge en París, pero vuelve a España y se integra en la , dirigida por Alberti y Bergamín y participa, en Valencia, en julio de mil novecientos treinta y siete, en el Segundo Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura. En febrero de mil novecientos treinta y ocho, va a Inglaterra para dar unas conferencias, convencido de que estaría ausente de España uno o dos meses, pero su exilio no había hecho más que comenzar: Londres, París, Cambridge, Estados Unidos y México; allí, en Ciudad de México, murió el cinco de noviembre de mil novecientos sesenta y tres. Nos dejó una obra poética traspasada por la realidad y el deseo, en la que expresa su dolor, su amor y su desamor, pero sobre todo su autenticidad, su compromiso con un país que ama y que tiñe de melancolía sus recuerdos, como en la magnífica evocación de Sevilla en la prosa poética de Ocnos. En mil novecientos sesenta y dos, publica Desolación de la quimera, su última obra en verso, un libro que anticipa el final del poeta en versos como 'Despedida', 'Epílogo' o 'Peregrino', y hay un poema titulado 'Díptico español', en el que dice que ha aprendido el duro oficio de vivir en el exilio, que recuerda su tierra y ama su lengua; dedica la segunda parte del poema a Pérez Galdós, para identificarse con la España viva y siempre noble que este autor creó en sus libros y que nos consuela de la España obscena y deprimente que algunos –en muchos momentos de la Historia y también en éste- quieren presentarnos. Merece la pena leerlo.
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