Esperanza
Hay razones sobradas para la preocupación y la inquietud, pero vivimos en esta época, que no es la mejor pero es la nuestra, y abandonar la esperanza es abandonar la vida
Ana Moreno Soriano
Sábado, 30 de marzo 2024, 23:00
Encuentro en mi viejo diccionario de latín, que el verbo 'spero' no solo significa esperar, sino también confiar, creer, tener esperanza; la palabra ha evolucionado ... al castellano partiendo del verbo y el sustantivo latino 'spes', con el sufijo 'anza', que denota cualidad, acción y resultado, y, por eso esperanza es una espera activa, que prepara, anticipa y va al encuentro de lo esperado; es pensar el futuro, pero actuando en el presente y con la memoria del pasado.
Mientras hay vida, hay esperanza – dice la sabiduría popular – y por eso decimos también que es lo último que se pierde… Es lo mismo que dice un poema anónimo vietnamita que encontré citado en un libro de Gioconda Belli: «Rellenamos el cráter de las bombas/ y de nuevo sembramos/ y de nuevo cantamos/ porque la vida jamás se declara vencida». O el amanecer del que hablaba el poeta Arthur Rimbaud, para entrar en las espléndidas ciudades, armados de una ardiente paciencia que yo entiendo como una luminosa esperanza. O las palabras de Julio Cortázar, cuando dice que la esperanza pertenece a la vida, que es la vida misma defendiéndose. O el verso de Miguel Hernández 'Dejadme la esperanza', de su poema 'Canción última', incluido en su poemario 'El hombre acecha', preparado para su publicación a final de mil novecientos treinta y ocho.
Yo pienso que la vida y la esperanza van unidas, hasta en los 'Cantos' de Rubén Darío; la vida es un proceso y un compromiso de trascendencia, un camino para hacer realidad los sueños, y creo que es mejor la voluntad de creer para ver que el pragmatismo de ver para creer.
Sin embargo, encuentro opiniones y posturas de quienes parecen haber abandonado toda esperanza, como escribió Dante en las puertas del infierno, y no diré que no hay razones sobradas para la preocupación y la inquietud: el presidente de Naciones Unidas decía hace poco que estamos a las puertas del infierno para referirse a las consecuencias del cambio climático y un infierno es lo que está sufriendo el pueblo palestino. También sé que el poder trata de condenarnos, como a Sísifo, a un trabajo inútil y sin esperanza, a pensar que no hay alternativas y que vivimos en un presente incierto y un futuro más aún. Y por eso sentimos, a veces, nostalgia del pasado, no por las condiciones en las que vivíamos que no eran mejores en absoluto, sino porque nos sentíamos artífices de un tiempo que estábamos construyendo, a lo que sin duda ayudaba que tuviéramos cincuenta años menos.
Pero, en cualquier caso, vivimos en esta época que no es la mejor, pero es la nuestra y abandonar la esperanza es abandonar la vida, quedarnos inermes, sin fuerzas para reponer lo destruido; sin capacidad para soñar con las espléndidas ciudades y para defendernos; sin posibilidad de entender que, a la luz de la conciencia, todo cobra sentido.
Quizás la dificultad está en que en una sociedad que fomenta el individualismo, la esperanza queda reducida a la experiencia de cada cual, y por eso se asocia más al voluntarismo que a la voluntad, a la moral que al compromiso ético por construir un mundo mejor; pero si la esperanza es una espera activa que prepara el futuro, tiene que aunar los esfuerzos de muchas personas que persiguen el mismo objetivo o, como dice Simone de Beauvoir del feminismo, es una forma de vivir individualmente y de luchar colectivamente, porque es esa fuerza colectiva la que pone la vida en el centro, la restituye, la defiende, la protege, la impulsa para seguir adelante.
Tener esperanza es poner los pies en el suelo y mirar las estrellas, cuidar la naturaleza para pensar razonablemente que habrá agua y nieve, no aceptar la violencia y trabajar por la paz; tener esperanza es saber que este mundo, ancho y tantas veces ajeno, es el lugar para convivir y compartir de todos los seres humanos.
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