De colores
Resulta que ese modelo social de colores y acentos distintos molesta a gente que, por ignorancia, porque saben bien a qué intereses sirven o porque han asumido el discurso del odio (...)
Ana Moreno Soriano
Jaén
Domingo, 17 de agosto 2025, 17:17
Hay tres cosas en blanco y negro que me gustan y de las que guardo un buen recuerdo: el chocolate con leche y almendras que ... era una de las delicias de mi infancia, las fotos que nos hacía en los años setenta el amigo Miguel Ruiz Durán y las películas de Humphrey Bogart y Charles Chaplin que vi por primera vez en televisión; ahora, creo que esa marca de chocolate ya no existe, conservo las fotos en una caja como testigos vivos y amables de aquellos momentos y siempre estoy dispuesta a volver a ver El halcón maltés o El gran dictador.
Pero, aparte de esa concesión a la nostalgia en blanco y negro, me declaro entusiasta militante de la vida en color, no solo con mi opinión y mi preferencia, sino con mi compromiso: del rosa, como canta Édith Piaf; del amarillo, azul, rojo, verde y morado, en la canción de Donovan y Mocedades, y de la diversidad que muestra la naturaleza en las flores, los pájaros y los animales y que son un canto a la vida en la canción «De colores», interpretada magníficamente por Joan Baez.
Debe ser porque he conocido muchos años de una España en blanco y negro con mujeres pálidas y enlutadas, iglesias en penumbra y el reclamo de las ánimas benditas en las calles oscuras y la proyección obligada del NODO –los domingos que tocaba cine– antes de la película de aventuras que nos hacía soñar con un mundo de mares azules y auroras luminosas.
Bien entrada la década de los sesenta y en los años setenta del siglo pasado, empezamos a dibujar otra realidad, porque nos llegaban noticias del Mayo del 68 francés, de los conciertos en el Olympia de París y de muchos luchadores antifranquistas en el exilio; las playas se llenaban de turistas y las chicas empezamos a vestir de manera muy distinta a nuestras madres, con faldas cortas y blusas estampadas de colores chillones, con pendientes grandes de bisutería y bolsos en bandolera… Le estábamos poniendo color a la vida, a la vida triste y oscura de la posguerra y la dictadura, luchando contra el blanco y negro del hambre, del miedo, de la represión, de la injusticia, de la desigualdad; sacamos banderas rojas, blanquiverdes y tricolor y salimos a la calle en manifestaciones, donde se mezclaban las canciones con nuestros gritos y los colores de las pancartas con los de nuestros pañuelos.
Así conquistamos la democracia que no fue otorgada sino conseguida después de años de lucha, organizada en algunos casos –el Partido Comunista de España bien lo sabe- inmediatamente después del triunfo del golpe de Estado de Franco.
Y así hemos llegado al primer cuarto del siglo XXI: caminando hacia una sociedad distinta y diversa, multicultural y abierta, que debemos cuidar en el proceso y en el objetivo que queremos y que no es otro que una vida digna para todas las personas. Pero resulta que ese modelo social de colores y acentos distintos molesta a gente que, por ignorancia, porque saben bien a qué intereses sirven o porque han asumido el discurso del odio, sienten nostalgia de lo que era España en tiempos de Franco y les estorban las personas que, según ellos, no tienen derecho a formar parte de esta sociedad que hemos construido, no sin contradicciones, pero sí con la suficiente clarividencia para entender que, por encima de todas las diferencias, hay una clase que explota y otra clase explotada.
El neofascismo que trata de rearmarse en todo el mundo no quiere ese modelo de convivencia cultural y utiliza todos los medios a su alcance para evitarlo, como negar los derechos de la población migrante, sus fiestas, sus tradiciones e incluso sus nombres, con el pretexto de que España siga siendo España: se refieren, claro está, a la España fascista en blanco y negro de infausta memoria, contra la que luchamos varias generaciones durante muchos años. Pero seguimos luchando, cargando nuestra paleta de rojos, verdes, violetas… porque la vida es de colores.
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