La ciencia y el poder
Pero como decía la sintonía de un antiguo programa de televisión, «todo está en los libros»… Y en las revistas, y en la pantalla iluminada del ordenador, claro está.
Ana Moreno Soriano
Sábado, 7 de junio 2025, 23:23
Leo en una revista un artículo sobre Charles Darwin y su aportación a la ciencia que me ha hecho reflexionar sobre ese concepto de darwinismo ... social acuñado a lo largo del tiempo y que toma como referencia los estudios del científico británico, dedicado durante muchos años a observar la naturaleza y autor del libro El origen de las especies, publicado en el año mil ochocientos cincuenta y nueve, en el que recoge sus hallazgos sobre la evolución biológica y la selección natural. Me ha parecido un artículo interesante, del que me han llamado la atención dos cosas especialmente: la primera es que Darwin señala en la naturaleza ejemplos de competencia, pero también de comportamientos colaborativos; la segunda, el rechazo a las teorías de la científica estadounidense Lynn Margulis en los años sesenta del siglo pasado.
Que el estudio de Darwin tuviera su traslación a una sociedad competitiva donde prima la ley del más fuerte no es imputable a él, sino a uno de sus contemporáneos, el filósofo y también biólogo Herbert Spencer que las utilizó para justificar sus propias ideas de la supervivencia del más apto y, por supuesto, al momento histórico en el que se publica El origen de las especies, el siglo XIX y el desarrollo del modo de producción capitalista en Inglaterra, con dos clases sociales en pugna, la burguesía que imponía su sistema de explotación sobre hombres, mujeres y niños y el proletariado, que estaba convocado a unirse y organizarse en el Manifiesto Comunista de Mar y Engels, publicado unos años antes. Nos parecerá terrible que Darwin se haya tergiversado hasta el punto de justificar la supremacía de unas razas sobre otras o la explotación de los más pobres y con menos recursos, pero no es más que un ejemplo de la utilización que el poder puede hacer de cualquier cosa, incluida la ciencia y, en este caso, la supervivencia del más apto ha pretendido convertir en natural lo que no es más que explotación económica y dominio por parte del sistema capitalista. Y no es algo natural, como pretenden los defensores del darwinismo social, porque está demostrado que, desde hace millones de años, existe la cooperación entre dos organismos: ésa es la teoría de Lynn Margullis que explica la relación simbiótica permanente entre las células, algo difícil de encajar durante mucho tiempo porque, en el modelo social dominado por la competencia y sustentado en la idea darwinista que había prevalecido, la simbiosis no podía ser una fuerza evolutiva tan importante; ella sabe, como Darwin, que existe un proceso de evolución y selección natural en las especies, pero también sabe que los organismos no solo compiten sino que se ayudan unos a otros para sobrevivir, lo que echa por tierra la idea atroz y despiadada de una naturaleza competitiva, argumento de autoridad para explicar la sociedad. Lynn Margullis murió en dos mil once y hoy es reconocida por la comunidad científica internacional, aunque pasaron años antes de que sus propuestas fueran tenidas en cuenta, a lo que contribuiría, sin duda, como en otros casos, el hecho de ser mujer.
Pero como decía la sintonía de un antiguo programa de televisión, «todo está en los libros»… Y en las revistas, y en la pantalla iluminada del ordenador, claro está. Y ahí están Darwin y el evolucionismo, Spencer y el darwinismo social, Marx y Engels con la unidad del proletariado y Lynn Margulis con la simbiogénesis. Ahí están, para que conozcamos lo que han aportado y para que entendamos lo que dicen y por qué lo dicen; para analizar la relación entre ciencia y poder y defender la ciencia al servicio de la Humanidad y no de la minoría privilegiada que siempre querrá utilizarla para sus propios fines. Con las formas de cooperación que también están en la naturaleza y que entre las personas se llaman fraternidad, solidaridad, sororidad...
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