Aprendizajes
Aprender es un proceso y necesita un entrenamiento -una predisposición, una actitud, una voluntad en definitiva- (...)
Ana Moreno Soriano
Jaén
Sábado, 2 de agosto 2025, 22:35
«Toda la vida aprendiendo –me decía hace poco una amiga–. Cuando sabemos las respuestas nos cambian las preguntas y vuelta a empezar…» Es cierto; ... por eso me sorprenden esas personas que dicen que están de vuelta de todo y me quedo mejor con el juicio de Juan de Mairena: «Quienes están siempre de vuelta en todas las cosas son los que no han ido nunca a ninguna parte. Porque ya es mucho ir; volver, ¡nadie ha vuelto!»
Aprender es un proceso y necesita un entrenamiento -una predisposición, una actitud, una voluntad en definitiva- porque solo quien quiere puede aprender y es libre también para desaprender, tareas éstas que duran toda la vida, desde la infancia a la vejez, con la primera curiosidad por descubrir y nombrar el mundo y con la serenidad de haber vivido distintas experiencias.
Aprendemos a sonreír, a articular las primeras palabras y a corresponder a las caricias y a los besos desde la cuna; a hablar, a jugar y reconocer a quienes tenemos cerca en los primeros años; a interpretar más tarde las letras y los números, a mirar el sol y las nubes, los días, las noches, las flores, el mar, todas las cosas que nos rodean e intentamos descifrar… Afortunadas las personas que vimos incentivado el deseo de aprender y respondidas las preguntas con respuestas que daban pie a otros interrogantes, porque ese afán que se adquiere en los primeros años de vida ya no nos abandona jamás y, aunque el objeto de nuestro aprendizaje sea distinto, la voluntad sigue siendo la misma; sobre aquello que aprendimos, edificamos nuevas ideas, nuevas formas de analizar el mundo, una consciencia de lo que somos y de lo que queremos y una búsqueda del camino para hacerlo posible. Aprendemos de los libros, pero también de la experiencia propia y compartida, interpretando con juicio crítico los signos de los tiempos y analizando las contradicciones de cada momento y una de las formas de aprendizaje es desaprender los prejuicios y estar alerta para no dejarnos manipular por la mentira y la desinformación.
En algunos casos, el aprendizaje de la vida nos llevaba a la Universidad -y cómo lo celebrábamos- y obteníamos un título universitario con el orgullo legítimo del trabajo realizado y del esfuerzo que hacían nuestras familias; seguramente, nos permitiría un trabajo para vivir, pero nuestra meta era saber para ser y no para tener. Además, en aquellos años en los que la enseñanza no estaba al alcance de todo el mundo, había otras personas que no solo se desenvolvían perfectamente sin ningún título, sino que aprendíamos con ellas: hombres y mujeres que buscaban respuestas en los libros robando tiempo a su descanso, que no pudieron acceder a una enseñanza reglada porque empezaron a trabajar bien jóvenes, a quienes reconocíamos la autoridad de su esmero y dedicación.
Es obvio que la 'titulitis' de la que en los últimos días se ha hablado bastante, no estaba ni en nuestros pensamientos ni en nuestro vocabulario hace décadas, y si se ha incorporado a la ideología dominante en los últimos tiempos, haremos bien en desaprenderla porque falsea el proceso de aprendizaje, que debe ser auténtico en todos los casos, desde el manual de matemáticas a las señales del cielo que nos dicen que va a llover.
Seguramente, porque me considero heredera de una cultura republicana de la que oía hablar en casa desde muy pequeña, la que conserva los libros como objetos preciosos, valora el conocimiento y respeta a las personas que lo transmiten; la que quiso acabar con el analfabetismo y prefería, en palabras de Federico García Lorca, no un pan entero, sino medio pan y un libro, pienso que presentar un título falso y convertir el conocimiento en un adorno o una moneda de cambio, es lo contrario del afán de saber que debe movernos a lo largo de toda la vida y que, sin duda, como nos enseña Paulo Freire, es revolucionario.
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