Ancho y ajeno
A pesar de nuestra mejor voluntad, ese sentimiento de ajenidad está ahí y contra él debemos luchar para que, como dijo Terencio, nada humano nos sea ajeno: se llama solidaridad y es la ternura hacia los otros
Ana Moreno Soriano
Jaén
Sábado, 17 de agosto 2024, 23:02
Así califica el mundo Ciro Alegría en una de las novelas más representativas de la literatura hispanoamericana; es el relato épico de una comunidad de ... Perú que defiende su derecho a permanecer en su tierra, con su cultura y sus tradiciones, frente a la codicia de quienes pretenden expulsarlos para que puedan trabajar como peones en las minas y los campos de los nuevos dueños de vidas y haciendas. «Váyanse – les dicen cuando se resisten – , el mundo es ancho». Y, efectivamente, el mundo es ancho, pero también resulta ajeno para los miembros de la comunidad que tienen en ella sus señas de identidad y que son recibidos con hostilidad manifiesta, cuando intentan ubicarse en otro lugar. Que el mundo sea grande es bueno; que podamos conocer otros pueblos, otras culturas, otras formas de ver la vida supone, sin duda, un enriquecimiento intelectual y moral y, desde luego, si hubiera una sola comunidad, la humana, podríamos presumir de la vastedad del mundo sin preocupación y sin miedo.
Pero lo cierto es que en la comunidad humana existen clases sociales antagónicas, un modelo patriarcal de siglos que intenta perpetuarse, lugares superpoblados y otros abandonados, países ricos y otros empobrecidos, además de las diferencias culturales, lingüísticas, religiosas, étnicas, etcétera, que traspasan los distintos territorios y que separan a los miembros de la comunidad para dividirlos según su pertenencia a cada grupo, incluso sin conciencia de esa pertenencia.
Hay quienes forman parte de grupos privilegiados porque tienen poder y riqueza y dictan normas sobre cómo deben vivir quienes no pertenecen a esa élite; hay quienes viven alrededor de esa élite y hasta se creen parte de ella y la defienden de quienes la cuestionan, y hay quienes se rebelan porque piensan que todas las personas tienen derecho a vivir en paz y con justicia.
Sabemos que el mundo es ancho, aunque en el imaginario colectivo aparezca distorsionado por intereses económicos y por distintas estrategias – África, por ejemplo, es más grande de lo que parece, y Europa, en cambio, es más pequeña – pero no sé si somos plenamente conscientes de lo ajeno que nos resulta. Porque el mundo es tierras, valles y montañas; océanos, mares y ríos; selva, bosque y desierto; pero es, sobre todo, las personas que lo habitamos y muchos millones de esas personas ahora mismo están sufriendo las consecuencias atroces del cambio climático, de las guerras, de la explotación y de la sumisión y quienes vivimos en lugares más amables, en países democráticos y con derechos, vivimos de espaldas a esos grandes problemas que afectan a gran parte de la comunidad humana y a los que respondemos en momentos puntuales, para después seguir con nuestro día a día.
Yo sé que hay muchas personas solidarias, desde su compromiso personal o desde distintas organizaciones políticas, sociales o sindicales, que luchan por un mundo más justo y más humano; cooperantes que entregan años de su vida a combatir las desigualdades en los lugares más remotos; personal sanitario que compagina su trabajo con una labor de voluntariado para atender a víctimas de las guerras; intelectuales y artistas que levantan su voz para crear conciencia y ser instancias críticas contra al poder; asociaciones de todo tipo que colaboran con entusiasmo en distintas campañas, etcétera.
Y, sin embargo, hace unos días compartí en mi muro de Facebook un cartel sobre Gaza que es una llamada a la solidaridad que debemos mantener viva, pero también el temor de que podemos olvidar algo tan terrible como el genocidio que está sufriendo el pueblo palestino por parte de Israel. Pensé que, a pesar de nuestra mejor voluntad, ese sentimiento de ajenidad está ahí y contra él debemos luchar para que, como dijo Terencio, nada humano nos sea ajeno: se llama solidaridad y es la ternura hacia los otros, estén donde estén en este ancho mundo.
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