Hagamos memoria, me decía ayer Recesvinto en la cafetería de la facultad durante un receso. Con su habitual desparpajo, propio del universitario que está a ... punto de jubilarse, mi colega hizo repaso de cuantos 'alfareros' de tres al cuarto intentan moldearnos con más o menos sutileza, por las malas o por las buenas. Así desde el creativo de un anuncio publicitario hasta ese catequista peñazo que en la infancia te jodía el sábado con sus monsergas, pasando –claro– por tu primo el de Cuenca, militante que nunca se pregunta el por qué de nada, que traga con cuanto proceda de las siglas de su partido y no duda si la cosa trae ese marchamo.
Desde edades tempranas unos y otros se empeñan en 'comerte el tarro', convine con Recesvinto. Sin ir más lejos, mi primo de Cuenca (todos tenemos alguien así cerca) ahora que me tiene entre sus contactos no deja de enviar whatsapps haciendo proselitismo de lo que otros dictan aprovechando sus sesos de mosquito. Y no es que sea pérfido el pariente conquense, ni siquiera es malo, es sencillamente gilipollas. Vamos, un memo que si hubiera nacido en la Edad Media correría a alistarse en Las Cruzadas convencido, por supuesto, de que una vez en Jerusalén sería un golpe certero de su espada el que hiciera rodar por el suelo la cabeza de Saladino.
En fin. Todo el mundo ha intentado o intenta amaestrarte como si fueras un mono de feria. Unos –la mayoría– para exprimirte, para sacarte la pasta o los votos. Otros, según sus pocas o muchas luces, empeñados en hacerte un bien que tu no acabas de ver claro. En este grupo se integran padres y allegados sinceros que te tocan en suerte y actúan de buena fe. El grupo familiar de 'adoctrinadores' suele operar con la mejor voluntad y guiado por cierto ánimo benefactor, son amantes de tradiciones merezcan o no la pena y dado que se retroalimentan de acendradas convicciones rara vez reparan en que –aun sin pretenderlo– te están haciendo la puñeta.
Otro cantar son los fulanos que intentan amaestrarte para chuparte la sangre y obtener beneficio a base de perjudicarte. A estos depredadores les importas un carajo y te usan como trampolín. Son tipos que parasitan a cuantos pardillos se tercien. Desconfía de estos especímenes por mucho que te digan lo que quieres oír. Ellos amaestran siguiendo solo su propia avaricia y ansia de poder. De estos adoctrinadores apegados a intereses inconfesables o espurios hay que huir como de un coronavirus.
Según Recesvinto, el tercer grupo lo constituyen los maestros: Son infrecuentes y no siempre coinciden con profesores. Maestros había en tiempos del 'cuadrivium' y todavía se puede encontrar alguno, pero están en vía de extinción y son proscritos ya que enseñan no solo conocimientos, sino reflexión crítica y ésta no conviene, claro. Un maestro jamás amaestra, sino que obsequia con su ciencia o instruye en alguna destreza y su verdadero magisterio consiste en descubrirte la dignidad de estar vivo.
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