Palabra y conciencia
Alfredo Ybarra
Martes, 2 de mayo 2023, 22:58
Aquí estoy, en este «siempre todavía» de mis días, manejando palabras, leyendo, escribiendo, hablando, escuchando. Y será que de un tiempo a esta parte claramente ... he percibido en varios contextos el uso interesado y falseado de la palabra, del lenguaje, del relato, para imponer ciertos discursos, para fijar en los anales de la realidad mentiras y verdades manipuladas. Algo que ocurre desde siempre y en todas partes. Por los porqués que sea esta observación me lleva a pensar en el conformismo reinante, también en ese dócil entreguismo a los que se arrogan el dogma que está ocurriendo. Es en el fondo un modo de adormecer nuestra conciencia, de desenfocar el conocimiento claro y reflexivo que tenemos de la realidad, nuestro sentido ético, la percepción de nosotros mismos en el mundo.
Sustancialmente las palabras son acciones y hechos. Son piedras, decía Carlo Levi. Las piedras pueden esculpir, modelar, la imaginación, lo mismo que la conciencia. Las palabras, el lenguaje, son los ladrillos con los que se construye una casa. A veces usamos las palabras de manera superficial, también errónea, e igualmente las utilizamos con intereses aviesos. Palabras y conciencia están íntimamente unidas y así ya sea una conversación, una disertación, un informativo, un artículo de prensa, unos versos, un relato literario,..., no pueden cambiar el mundo, pero sí pueden ayudar a tomar conciencia del mismo, de sus avatares éticos. Y como dice el refrán, la conciencia es, a la vez, testigo, fiscal y juez. Solo cuando alguien tiene conciencia de algo es cuando puede cambiarlo. Y las palabras ayudan a ello. Palabras que sanan, palabras que descubren, palabras que crean, palabras que denuncian, palabras que enseñan. La palabra es nuestra morada, en ella nacimos y en ella moriremos; ella nos reúne y nos da conciencia de lo que somos y de nuestra historia; acorta las distancias que nos separan y atenúa las diferencias que nos oponen. Sin embargo, vamos cada día más descalzos de palabras. No hay nada más maravilloso y enigmático que el lenguaje y el discernimiento reflexivo por donde se expande ese otro universo paralelo y no menos misterioso de los símbolos, el arte y la creación en general, la espiritualidad, la ciencia, la filosofía....
La conciencia es a la postre el eco del hondo encuentro con uno mismo, un eco que no se tonifica solo. La educación y la conciencia duermen en habitaciones contiguas. Como decía Karl Marx: «No es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia». Y es que especialmente la conciencia es la potestad de discernimiento moral y crítico, para tomar las riendas de nuestra existencia, para crear nuestro propio relato acerca de la misma. La conciencia nos vacuna de ese virus que es el pensamiento único. Pero poco seremos si no compartimos nuestros saberes, nuestra cultura y nuestro sentido ético. No podemos olvidar que la memoria es la base de la conciencia. Nos permite entender el presente y preparar el futuro. El filósofo italiano Nuccio Ordine alude a nuestra época de un modo muy descriptivo señalando que estamos viviendo «el invierno de la conciencia». Y es que en este «siempre todavía» en medio de las palabras, movidos por la necesidad de ese destello de pureza humana que es la conciencia, deberíamos hacer caso a Elías Canetti en «el ahondar de la palabra en busca de su responsabilidad».
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