Necesitamos la belleza
Siempre se ha dicho que la belleza está en los ojos del que mira. También hemos oído muchas veces esa expresión: «sobre gustos, los colores»
ALFREDO YBARRA
JAÉN
Martes, 16 de mayo 2023, 23:03
Desde que el hombre es hombre ha buscado darle una razón estética a la vida. Uno de los principales intereses del ser humano en toda ... época ha sido rodearse de objetos gratos a sus sentidos y por extensión a su espíritu. Por lo que conocemos, o si por ejemplo visitamos un museo de historia antigua, o si vemos aún hoy el reportaje de alguna tribu perdida, contemplamos cómo el ser humano siempre ha adornado, sus utensilios, sus cuerpo, o sus atuendos; ha rodeado su día a día de signos estéticos con diferentes sentidos. Pareciera que ha necesitado hacerlo para encontrar armonía consigo mismo, con el cosmos, con sus ancestros, con la naturaleza que los circunda. Por eso en todas las culturas la artesanía, la belleza práctica, ha sido la expresión más sencilla y eficaz de lo bello. Para Aristóteles es bello lo que es valioso por sí mismo y a la vez nos agrada, lo que es apreciado por sí mismo (no por su utilidad) y nos proporciona placer o admiración. Entiende que con la experiencia estética se trata de vivir un goce del que el sujeto no puede desprenderse, por quedar fascinado o encantado.
Siempre se ha dicho que la belleza está en los ojos del que mira. También hemos oído muchas veces esa expresión: «sobre gustos, los colores». Lo que nos explica llanamente que el concepto de belleza depende de muchos factores. Ya Borges decía: «La belleza es ese misterio hermoso que no descifran ni la psicología ni la retórica». Heidegger señaló que el arte es un enigma. Pero en definitiva la belleza nos permite percibir momentos de epifanía, tanto en las personas como en las cosas. Son instantes en los que captamos una revelación repentina, y pueden producirse con una palabra, al contemplar un rostro, un cuadro, al leer un poema, al escuchar un concierto, al sentir el mundo en un instante determinado o al reflexionar sobre una verdad natural o sobrenatural.
Pero tal vez hoy estemos demasiado alejados de la búsqueda de la belleza. Quizás, seamos demasiado pesimistas, percibamos demasiado lo negro, y, demasiado poco, el resto de colores, la luz, lo bueno, lo bello. Tal vez nos cuesta sentir el estremecimiento de, simplemente, intentar tocar la plenitud e inspirar la profunda sensación de lo verdadero. Quizás no seamos suficientemente perceptivos para visualizar la perfección de la vida, para conmovernos ante una revelación única (privativa) de belleza.
Estamos demasiado metidos en una vorágine colectiva banal, desalmada; estamos demasiado embutidos en nuestras congojas. No sabemos y no queremos, contemplar, que no es lo mismo que mirar. Contemplar es una manera de observar diferente, que nos permite apreciar las sutilezas, y por lo tanto capturar la belleza (singular, no la preceptiva). Si aceptamos que la belleza nos toque íntimamente redescubriremos la alegría de una mirada polisémica, de la capacidad de comprender el sentido profundo de nuestro existir, el misterio de la trascendencia, el misterio del cual somos parte y en el que podemos obtener la plenitud, la felicidad, la pasión del compromiso cotidiano.
El poeta polaco Cyprian Norwid lo expresaba de este modo: «La belleza sirve para entusiasmar en el trabajo, el trabajo para resurgir». Y es que sentir la belleza, frente a la fealdad que nos achanta y rebaja en nuestra infinidad humana, es iluminar en un instante nuestra existencia con otra luz. Nos hace comprender la razón de vivir.
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