La mística de los sonidos negros
La poesía ante los efluvios de las musas, ante el desparrame onírico, es sobre todo una cuestión de palabras, una cuestión de orfebrería, o de labor cerámica.
Alfredo Ybarra
Jaén
Martes, 13 de febrero 2024, 22:37
Hablando de poesía alguien en la conversación saca a colación los sonidos negros, aludiendo a una pulsión profunda y venosa que dispara, en un tris ... de los versos, un rayo, un hálito inefable que se clava en las entrañas y te estremece. Aclaramos que la poesía como todo arte necesita el conocimiento técnico, el oficio y muchas horas de trabajo, de fragua, yunque y martillo. La poesía ante los efluvios de las musas, ante el desparrame onírico, es sobre todo una cuestión de palabras, una cuestión de orfebrería, o de labor cerámica. Cuando Mallarmé escribe «no es con ideas que se hace la poesía, es con palabras», nos propone una teoría de la poesía. Significa el valor de las palabras en el verso, el valor del conocimiento de la lengua en la poesía. Pero coincidimos en que hay un «algo» impalpable, sublime, que surge de la revelación empírica y arrebata hasta el éxtasis. Sale a relucir el flamenco, y Lorca y su «Teoría del duende» mientras convenimos en que este término va más allá del arte flamenco y donde desentrañando el mito y alejándolo de los clichés triviales neorrománticos es una experiencia estética estremecedora con la que cualquiera puede identificarse. Este duende surge en todas las esferas del arte y en todas las geografías de la vida.
En su conferencia sobre la teoría del duende, Lorca recordaba una frase que el cantaor Manuel Torre, pronunció al escuchar el Nocturno del Generalife de Falla: «Todo lo que tiene sonidos negros tiene duende.» Y señala Lorca que «los sonidos negros son el misterio, las raíces que se clavan en el limo que todos conocemos, que todos ignoramos, pero de donde nos llega lo que es sustancial en el arte.» Goethe define el duende de Paganini diciendo: «Poder misterioso que todos sienten y que ningún filósofo explica».» Sonidos negros, elocuente sinestesia, que se funde con esa otra metáfora de 'La noche oscura' de San Juan de la Cruz, donde la oscuridad representa el hecho de que su destino, Dios, es incomprensible. En su «Subida del Monte Carmelo», San Juan de la Cruz afirma que «ni basta ciencia humana para lo saber entender ni experiencia para lo saber decir, porque sólo el que por ello pasa lo sabrá sentir, mas no decir». Según Jorge Guillén la poesía de Lorca nos enfrenta con los lamentos últimos, eso que a él le revelaba la inspiración nocturna -duende en su lenguaje-.
Para Lorca el misterio de la poesía, los sonidos negros, surgen, como la unión mística, en la Noche Oscura del Alma. El sonido negro no es, pues idea evidente, sino un pálpito que el filósofo francés Henri Bergson definió como la querencia por la que nos transportamos al interior de una materia para coincidir con lo que tiene de única y, consecuentemente, de inexpresable. Los sonidos negros nos remiten a una forma de manifestación que no tiene que ver con la razón pura y geométrica. Más bien es una razón incorpórea. Son en palabras del místico poeta «llama de amor viva, que hiere de mi alma en el más profundo centro»; es noche oscura, pero «noche en par de los levantes de la aurora». El duende como dijo un viejo guitarrista sube por dentro desde las plantas de los pies, y hay que ir a despertarlo a las últimas habitaciones de la sangre. Es un galope que levanta polvo de estrellas o puñales de hielo. Sonidos negros como versos de Wat Whitman, rugientes, bíblicos, que llaman a rebato y celebran el misterio de lo excepcional.
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