Matices y maniqueísmo
Todo se radicaliza y por eso hablamos y escribimos como si lanzáramos consignas.
Alfredo Ybarra
Jaén
Martes, 12 de agosto 2025, 22:13
Se han perdido los matices. Ahora el pensamiento único no deja fluir la opinión personal, los matices. Los mandatarios que dirimen nuestro rumbo general puntean ... lo que tenemos que decir y pensar. Se acabó el explicar, el detallar, el describir, el dudar. Se acabó el conversar. Se acabó el escuchar. Ahora hablamos cohibidos, parcamente, en un idioma empobrecido y anémico. Vivimos en un blanco y negro, sin dejar espacio a las gamas de grises. Eliminando los detalles, la libertad de pensamiento, la sociedad se ha vuelto polarizada, irritada, atrincherada y cada día con más alambradas.
Todo se radicaliza y por eso hablamos y escribimos como si lanzáramos consignas. Los líderes políticos hablan un lenguaje de arenga en el que no hay matices porque no quieren exponer, ni considerar, ni persuadir racionalmente, sino excitar emociones primarias. Gustan de encastillarse en los extremos provocando un diálogo de sordos, un desatino ideológico, demagogia y un dislate que solo podría reconducirse desde las palabras desplegadas, desde las aclaraciones, desde la dilucidación, desde la argumentación y el diálogo. Decía el filósofo renacentista Michel de Montaigne que el ejercicio más fructífero y natural de nuestro espíritu era, a su juicio, la conversación. La sabiduría se encuentra bajo la piel de las palabras.
Hay una tendencia a secuestrar los matices para forzar la mirada en blanco y negro. Como señalaba Rudolf Steiner, el gris es el color natural de las biografías, como de la realidad. Sin embargo ahora con la disgregación racional que vivimos, sobre todo desde la política, se impone el blanco o el negro. Se trata de desalmar al otro, a lo otro, de demonizar al contrario desde esa idea sartreana de que el infierno son los demás, y por tanto nosotros somos el olimpo.
Y no se trata de apoyar la tibia displicencia, sino el «sapere aude», del atrévete a saber, popularizado por Kant, de no dejarse llevar por las consignas, sino de razonar, de ejercitar nuestra libertad de pensamiento. Los detalles son algo que la mayoría de las veces no consideramos. Y sin embargo son fundamentales. Dicen que hay 2.500 variedades de manzanas. Para todas ellas empleamos la misma palabra. Sin embargo, cada una tiene un matiz propio. Juan Ramón Jiménez escribía: «Andando, andando. /Que quiero oír cada grano/ de la arena que voy pisando.»
Quevedo, desde su perspicaz mirada, dice que una sola piedra puede desmoronar un edificio. Velázquez, Picasso, Camarón o Paco de Lucía, fueron geniales por los matices, por los detalles singulares y únicos de su arte. La vida no es blanco o negro, tiene todo tipo de gamas de grises. Un detalle menor convierte a un hecho en único, en una verdad incuestionable.
Agatha Christi, a través de su personaje Hércules Poirot resolvía casos complicados discerniendo entre los detalles que parecían nimios. Arthur Conan Doyle dice en la voz de su célebre Sherlock Holmes: «desde hace mucho tiempo ha sido para mí fundamental el axioma siguiente: las cosas pequeñas, las insignificancias, los pequeños detalles... son, con mucho, lo más importante de una investigación». A raíz de lo que le ocurrió al rey Ricardo III en la batalla de Bosworth, en 1485, George Herbert escribía en 1651: «Por la falta de un clavo fue que la herradura se perdió, por la falta de una herradura fue que el caballo se perdió, por la falta de un caballo fue que el caballero se perdió, por la falta de un caballero fue que la batalla se perdió, y así como la batalla fue que un reino se perdió, y todo porque fue un clavo el que faltó».
Compramos un coche, una camisa, un libro, unos zapatos, elegimos una película o un asiento en el autobús, guiados por los detalles. La grandeza de las personas se mide por los pequeños matices que las distinguen. Óscar Wilde, decía en una de sus obras que no es superficial quien no maneja en profundidad todos los temas, sino quien no tiene una actitud humilde que permita seguir avanzando y al mismo tiempo estar abierto a la sorpresa, a la novedad, al contrapunto.
El matiz nos aleja del simplismo, nos arma frente a los axiomas omnímodos.
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