Luz al swing
Las personas con swing muestran en su vida cotidiana una especial cadencia espiritual.
Alfredo Ybarra
Martes, 14 de mayo 2024, 23:17
El otro día, terminado el partido del Real Madrid frente al Bayern Múnich, quería explicarme ese plus de actitudes sobresalientes que parece acompañar al club ... blanco, en una historia festoneada de épica, como algo que va en su ADN. Un algo que ha calado en un imaginario colectivo de propios y ajenos y que de alguna manera aúpa o intimida (esto último, más o menos, lo he leído en alguna parte). Y no lo pude razonar. Simplemente pensé que lo del Madrid es cuestión de un swing que en algún momento pretérito impregnó por arte de birlibirloque ese crisol donde se funde el espíritu del club con una poción mágica, como la del druida Panorámix, lo que da al equipo en ciertas circunstancias una fibra insólita. Permítanme esta sublimación, que aunque no soy ningún fanático del futbol tiene una explicación, y es que, simplificando, mi padre, evidenciaba un madridismo tan acendrado que a la hora de bautizarme insistió en que me llamara como Di Stéfano.
En cierto modo he vuelto a pensar en el swing tras la victoria de Salvador Illa en las elecciones de Cataluña, donde por primera vez el PSC ha ganado en votos y escaños. Desde que Illa apareció en el panorama nacional me pareció una rara avis en los paisajes de la política, por su temple mesurado. Siendo ministro mostró sosiego mientras libraba una batalla imposible que no lo dejó excesivamente dañado. Su condición de filósofo seguro que ha sido consustancial a su manera de ser racional, poco amiga de las estridencias. Entre Platón y Aristóteles, Averroes y Santo Tomás de Aquino, Rousseau y Kant, su eje vital tiende a buscar un ámbito equilibrado. Y le fluye el swing.
Ojalá nuestra política contara con muchos más actores alejados de la provocación erizada, de la embestida chillona. Ojalá tuviéramos más políticos que situaran la confluencia por encima de los antagonismos. Ojalá supiéramos serenar la vida, ojala olvidáramos, tanto dar lecciones apuntándonos con el dedo y la obcecación.
Manuel Vicent escribe que: «…El swing no es solo un estilo de jazz o una forma precisa de manejar el palo de golf, sino un don del alma, cuya gracia no se adquiere a ningún precio. Se tiene o no se tiene». Es algo parecido al 'ángel' en flamenco, al duende, esa inspiración que surge de la sangre, o en cierto modo a los 'sonidos negros' a los que se refirió Manuel Torre al escuchar a Manuel de Falla. Pero el swing además impregna toda la personalidad de quien lo tiene. Alguien con swing experimenta un profundo movimiento armónico que va de dentro a fuera del cuerpo hasta convertirse en un aura que sobre el tiempo y el espacio espejea astros. Las personas con swing muestran en su vida cotidiana una especial cadencia espiritual.
El swing se manifiesta al ponerse la chaqueta, al caminar, al saludar, al conversar y al debatir; en la sencillez del ademán, en la templanza, en el reír, en el llorar, al besar, al recriminar,…En el fondo el swing tiene una conexión íntima con la fortaleza de espíritu; es un estímulo moral. Reconozco por ejemplo el swing en la cadencia, en los tropos, en la vibración ardiente de muchos poemas; y lo reconozco en algunos cuentos de Borges. Los grandes escritores caminan en la cuerda del equilibrista y arriesgan su ser con cada palabra. En infinidad de ocasiones nos encontramos con escritores que son acróbatas triunfantes. Y en momentos gloriosos se desprenden de la cuerda y levitan, como Eduardo Galeano en El libro de los abrazos. Necesitamos más swing, ese swing que incluso da ritmo al silencio.
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