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Donde agitan las palabras

Interpretarnos

La felicidad consiste en hacer algo que merezca la pena, de acuerdo a nuestra propia interpretación existencial.

Alfredo Ybarra

Jaén

Martes, 2 de enero 2024, 23:02

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Dios omnipresente en Roma, Jano presidía los cambios y los espacios de transición. Dio nombre al primer mes del año, enero. Jano tenía dos caras ... que miraban en direcciones opuestas, al pasado y al futuro. Solía representarse con una cara de viejo y otra de joven, como evocación al tiempo que ha pasado y al tiempo que viene. Tal vez por eso, y por nuestra propia necesidad de parar por un momento y recolocarnos en medio de la existencia, en estos días hacemos balance más o menos ostensible y desplegamos un horizonte cargados de buena voluntad y pretenciosos propósitos, que en general, poco a poco y con el paso de los días rebajamos, corregimos o directamente obviamos. Los deseos de que con el año nuevo las cosas vayan a cambiar son más parte de una costumbre, de una ceremonia ilusionante y muy ilusoria y no tanto de una férrea determinación que desemboca en unas resultados deseados. En el fondo estamos inducidos a tener una visión del tiempo, en la que, como sucede con la Naturaleza, se nos da la oportunidad de regenerarnos. Ponemos una fe ciega en el tiempo recién llegado, sin reparar en que pronto se convertirá en pasado. La fe en los remedios mágicos es algo demasiado etéreo. El tiempo nuevo como algo inaugural es una entelequia que sólo existe en nuestra mente porque nos da pánico la incertidumbre, lo ignoto. Nos da pavor la sensación de que no hay camino. Y es cierto, no hay camino, el camino somos nosotros, somos nosotros los que trenzamos el tiempo y no al revés.

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