Como funambulistas
Alfredo Ybarra
Martes, 12 de septiembre 2023, 23:07
Llegó la hora del regreso a esa horma que nos hicimos de la vida. Las saetas encendidas pronto no darán a nuestro espíritu respiro, salvo ... que, tal vez, seamos capaces de coger entre las manos el haz de hielo de la pértiga y asumamos sobre el inestable alambre de la existencia nuestro destino de funambulistas bautizando todos los límites, llenando de arpegios el vacío.
Escribo esto cuando es la feria de Andújar e inevitablemente me evoca esas otras ferias de mi infancia que eran un borbotón de colmados sueños, cuando la llegada del circo representaba un acontecimiento turbador que agitaba mi alma. Los trapecistas y los funambulistas me estremecían sobremanera. También por aquellos tiempos y en las mismas fechas llegó a la ciudad una troupe de equilibristas que tendía su cable entre la torre de San Miguel y el edificio del ayuntamiento, y allí nos congelaban el tiempo y la mirada con sus retos al miedo y al abismo. Por ese cable caminaban con su hálito titubeante y a la par desafiante. Después iban más allá y 'Renato', recuerdo su nombre, cruzaba aquel cielo expectante en una moto de la que colgaba un trapecio metálico donde se sentaba otro artista, mientras el gentío se quedaba boquiabierto.
Tal vez por esa especie de admiración y turbación que me ha producido siempre la soledad del funambulista avanzando vacilante y resuelto sobre el cable, me apresuré ver en cuanto se estrenó en 2015 en España la película 'El desafío', de Robert Zemeckis. Se basa en la historia del funambulista francés Philippe Petit que caminó el 7 de agosto de 1974 sobre un alambre tendido entre las dos Torres Gemelas del World Trade Center de Nueva York recorriendo ocho veces los sesenta metros entre las dos azoteas a 409 metros sobre el suelo, con la única ayuda de una pértiga. Petit dejó reflejados los secretos de aquella gesta en su libro también titulado 'El desafío' (Duomo)
Pienso que escribir es un subirse sobre el alambre y aceptar el riesgo del precipicio, es ser un funámbulo que oficia sobre la cuerda floja, que se aventura como Quijote entre gigantes y molinos, entre la realidad y el deseo, entre el asombro y la quimera, entre la soledad y el encuentro dialéctico. A mediados de los años cincuenta, el escritor francés Jean Genet, conoce a un jovencísimo acróbata de suelo y malabarista, Abdallah Bentaga. Pronto lo convierte en su amante, incitándolo a transformarse en un funambulista. Viven juntos un periodo enormemente creativo. Y para él escribe 'El funambulista', un largo poema en prosa y una suerte de teoría estética: reflexiones sobre el artista (hombre) en el mundo, la soledad y la ambivalencia del actor; el ir y venir entre el fracaso y la plenitud, la luz y la sombra, la apariencia y la realidad. Como el cable de acero del funambulista, Genet tensa las palabras, las hace brillar, las destila y escribe uno de sus textos más perfectos.
Y es que en definitiva la vida es como un alambre que con mayor o menor acierto recorremos. Todos somos funambulistas y para vencer las vicisitudes hay que mantener el centro de gravedad, sin dejarnos arrebatar por los extremos. Se trata de atravesar el cable sin mirarnos los pies y el ombligo; sintiendo cada paso como una epifanía, enfocando la mirada en ese extremo íntimo, ese halo desnudo de amanecer intacto. Se trata de ser funámbulos, no sonámbulos.
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