Errantes eternos
Nadie evidenció que esa «señora recoleta» hubiera encontrado tiempo, fuerzas y ambición para emprender una obra tan fundamental como el Diccionario de Uso del Español.
Alfredo Ybarra
Jaén
Martes, 20 de febrero 2024, 22:40
La conversación liviana giró a una reflexión más especulativa en la que hablamos de la literatura como vía hacia una conciencia crítica para luego considerar ... cómo el ser humano vive demasiado alejado de sí mismo, convirtiéndose en un exiliado, un desterrado de su propia conciencia. El hombre, cautivado por su entorno y por sus sombras, es en consecuencia un ser menesteroso, achantado, lleno de ansias, incertidumbres y frustraciones. Necesitamos mirarnos hacia dentro para comprender la existencia. Entre otras cosas, hablábamos de cómo la literatura se convierte en una inmejorable vía de introspección para el hombre, en una oportunidad de volver sobre sí mismo y de hallar caminos que lo conduzcan a dar sentido a su propio relato.
Ya en el Génesis el hombre es expulsado del jardín de Edén. El relato de la caída habita en la memoria colectiva de occidente y recoge un tema sobre el que se ha construido gran parte del pensamiento cristiano: la culpa, la pérdida o la expulsión del paraíso. El escritor argentino Roberto Juaroz expresó que el paraíso es algo que se pierde todos los días. El destierro parece ser una constante en el destino de la humanidad, algo que se repite en todas las culturas, en todas partes, en cualquier momento de la crónica individual o colectiva del ser humano. Somos errantes eternos en busca del paraíso perdido, y tal vez por eso se suscita nuestra inconmensurable inconformidad, nuestro inmanente utopía, nuestra grandeza. Con acierto afirmaba Proust que «los paraísos perdidos sólo están en nosotros mismos».
Dante convierte el exilio al que fue condenado en un exilio interior que le dio coraje para la introspección y la reflexión que se ve plasmada en su obra. Alcanza el poeta una visión mística desde ese desarrope interior. Destierro, búsqueda, preguntas,… Heidegger dice que «El preguntar es la devoción del pensar». El pensar es preguntar y permanecer en camino; renunciar a preguntar es renunciar a la razón y a trascender. Stefan Zweig llevó su exilio interior al límite ante «la más terrible derrota de la razón» infringida por el nacismo.
Luis Cernuda habitó el exilio exterior, pero también el interior que lo marcó profundamente. Desterrada interior es María Moliner, que nunca recibió un premio, ni una medalla. No entró en la Academia. Nadie evidenció que esa «señora recoleta» hubiera encontrado tiempo, fuerzas y ambición para emprender una obra tan fundamental como el Diccionario de Uso del Español. ¿No fue Bergamín un exiliado de sí mismo? ¿Y León Felipe? El exilio es, para María Zambrano, la condición esencial del ser humano. Una condición infausta y marcada por un profundo desarraigo de uno mismo. Necesitamos el anhelo de aquel paraíso del que sentimos que fuimos expulsados. Y esa aspiración nos mueve hacia la utopía.
El Odiseo de Homero ansiaba angustiosamente regresar a su isla, Ítaca, porque ella representaba su paraíso, pero el precio a pagar suponía incontables sacrificios, y también satisfacciones. Kavafis lo simboliza en su poema Ítaca: «Cuando partas hacia Ítaca pide que tu camino sea largo y rico en aventuras, lleno de experiencias... Que muchas mañanas de verano hayan en tu ruta cuando con placer, con alegría arribes a puertos nunca vistos…. Mas no apresures nunca el viaje. Mejor que dure muchos años y atracar, viejo ya, en la isla, enriquecido de cuanto ganaste en el camino» Cervantes en el Quijote de alguna manera muestra la importancia del viaje y de las experiencias como vías que conducen hacia la lucidez. Allende del paraíso la literatura es un magnífico espejo que refleja nuestro rostro y una vía para despertar la conciencia.
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