Enconado resentimiento
El éxito y el poder solo son para el resentido una bagatela frente a todo lo que cree que le corresponde.
Alfredo Ybarra
Jaén
Miércoles, 19 de noviembre 2025, 11:28
No hay nada más que fijarse un poco y uno se da cuenta de que hay en nuestro país un amplio espectro de resabiados y ... resentidos, de gente que transita por la vida sintiéndose permanentemente ofendida. La naturaleza de estos 'agredidos' es muy variada, pero hay un grupo que sobresale y que en estos días por diversos motivos vuelve contumaz a mi alféizar. Son aquellos que se consideran miembros de una élite, la «crème de la crème», que se sienten propietarios de la verdad y del dogma, del poder y la legitima autoridad en diferentes ámbitos, y piensan que otros pretenden usurparles, o ya lo han hecho, sus púlpitos. Con esa actitud no les importa incendiar la convivencia, cancelar y menospreciar al 'otro', erigirse en dueños del relato que corresponda, su amargura se enmascara con una enconada soberbia y la incurable animosidad aflora malévolamente, aunque camuflada. Unamuno calificó el resentimiento como «pecado capital». Y es que además hay no poca gente que tiene mucha memoria para el rencor.
Hay un ensayo de Manuel Cruz titulado Resabiados y resentidos, cómo pensar la política en tiempos de desencanto y antipolítica (Galaxia Gutenberg, 2025), en el que el filósofo y político reflexiona sobre la atmósfera de resentimiento que define la situación política, social y generacional en España. El autor nos deja un texto transido por un tono escéptico sobre España y su futuro político, pues no ve líderes, ni ideas capaces de levantar el ánimo y el aliento al país. Nada tiene de extraño, señala Manuel Cruz en un artículo sobre el libro, que los individuos se replieguen sobre sí mismos y apenas atinen a otra cosa que a buscar la manera de que el mundo los dañe lo menos posible, una vez comprobado que los políticos no les han acercado en modo alguno a la felicidad, a la que creen tener derecho.
Gregorio Marañón, médico, político, y pensador, en su obra Tiberio: Historia de un resentimiento, diferencia la envidia y el odio –pecados de proyección estrictamente individual– del resentimiento, que «es una pasión que tiene mucho de impersonal, de social». Ante una agresión de los demás o de la vida, los hombres reaccionan de diferentes modos: en unos, el malestar es transitorio, se disipa pronto o se transforma en resignada aceptación; en cambio, en otros, se enquista en el fondo de la conciencia hasta convertirse, como parte de la conducta, en amargor y encono. Así el rencor demuestra una condición de inferioridad y fracaso. Además no desaparece con el éxito o alcanzando algún poder. El éxito y el poder solo son para el resentido una bagatela frente a todo lo que cree que le corresponde. Marañón señala que muchas veces «al triunfar, el resentido, lejos de curarse, empeora. Porque el triunfo es para él como una consagración solemne de que estaba justificado su resentimiento; y esta justificación aumenta la vieja acritud. Esta es otra de las razones de la violencia vengativa de los resentidos cuando alcanzan el poder. Llegado al poder, el resentido es capaz de todo». El resentido es una persona sin generosidad, que reacciona, por lo general, aviesamente frente a su destino. Desde el victimismo y la frustración, desde la impotencia, no solo es incapaz de agradecer las regalías que la vida y otros le ofrecen, y corresponder, sino que acaba por transformar los beneficios que recibe en combustible de su resentimiento.
Y si nos fijamos, muchos de estos agraviados se mueven junto al poder (algunos están en las poltronas), subsisten a su sombra, profesándole un sentir contradictorio de atracción e irritación. Su resentimiento es mucho más peligroso que la envidia. Y lo peor es que estos mandarines de la inquina vician el ambiente, provocando un gran escepticismo social que difumina el ánimo y los anhelos ciudadanos.
Porque la única medicina contra esta malquerencia es la generosidad, el perdón, la resilencia, la comprensión, la transigencia; un sutil bálsamo que nace en el alma y que cuesta transfundir. Y frente al odio sobresalen los versos esperanzados de Miguel Hernández: «Yo que creí que la luz era mía, precipitado en la sombra me veo [...], pero hay un rayo de sol en la lucha que siempre deja la sombra vencida».
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión