Decencia, ¿dónde estás?
No es una máscara, una moralina, un fariseísmo para envolver un disimulo social.
Alfredo Ybarra
Martes, 8 de julio 2025, 23:38
Caen chuzos de punta, las congojas nos asedian por demasiados flancos, el ideal de integridad social se pierde en un ambiente hostil y un afiebrado ... drama de cínica hipocresía nos deja sin estribos y sin oremus mientras la desvergüenza en tantas partes sube y sube de volumen en su altisonancia. Otra cosa son los ciudadanos de a pie, que en muchos y ejemplares casos profesan día a día un buen puñado de virtudes públicas, como la solidaridad, la responsabilidad, la tolerancia y la decencia. ¡Ah, la decencia!, era algo que antes no se exigía explícitamente para ningún cargo, porque se daba por supuesto que era un requisito necesario, aunque no suficiente. Hoy es un mínimo que ineludiblemente hay que reclamar, porque desde hace tiempo en todo el espectro, político e institucional, algunos de sus responsables consideraron que lo de la decencia no iba con ellos.
Ya no se habla de la decencia, tristemente, porque es un valor que está siendo opacado por la falta de ética y por la impudicia en la sociedad actual. La decencia es una actitud moral que se pierde a la par que se agita como una bandera, pero vaciada de fundamento. Las personas decentes son aquellas que tienen consciencia de su dignidad, que tienen una ética y que practican un ponderado saber estar y un honroso espíritu de comunidad. Y es que la decencia parte de respetar el derecho de los otros para que los otros respeten nuestro derecho a hacer las cosas como creemos que están bien hechas. La decencia, la honestidad, no es una máscara, una moralina, un fariseísmo para envolver un disimulo social; no es solo una cuestión de principios éticos abstractos, sino una práctica que se manifiesta en la toma de decisiones en situaciones concretas, tanto en el ámbito personal como en el público. No es solo una cuestión de comportamiento externo, sino que es también una actitud interna que implica integridad, vergüenza, respeto y compromiso con la verdad y la justicia.
No me gustan aquellos que presumen de decencia. Quien es decente no es vanidoso. La decencia se educa, se vive desde la templanza y la sensatez. Es decente quien observa las normas morales establecidas socialmente, actúa con honradez y se desenvuelve con rectitud. ¿Alguna vez consensuaremos la educación ética como un pilar de la enseñanza reglada?
El psiquiatra y filósofo austriaco Viktor Frankl, que sobrevivió a los campos de exterminio de Auschwitz y Dachau, y del que ya les hablé, escribió en su Tratado de la decencia que solo hay dos clases de hombres: los decentes y los indecentes. Ambas categorías habitan en todas las esferas, por encima de cuestiones sociales, culturales, políticas, religiosas…. Unos construyen puentes, los otros los dinamitan. Los primeros confían ciegamente en la colaboración, la cooperación y en aunar voluntades, en el nosotros. Los últimos gozan con la crispación y el conflicto, con el dualismo del blanco y negro que obvia todo el resto de la paleta polícroma, con las trincheras de las verdades únicas e inapelables, donde el descrédito, la impostura, la sospecha y el ruido se imponen sin pudor en el universo virtual. Cuando lo que vale son las formas y la palabra maquillada, ¿dónde queda la ética, dónde la decencia?
Me estoy acordando del periodista y escritor Manuel Chaves Nogales. Le tocó vivir una época convulsa tanto en la guerra civil como en el exilio. Demócrata consagrado, lo demostró en los trances más difíciles; fue un fajador de la decencia en una España en la que «se enseñoreaban la estupidez y la crueldad», como el propio Chaves describió. Incomprendido por su mirada más comprometida con la dignidad que con el panfletismo. Ejerció verdaderamente de intelectual cuando tantos intelectuales no supieron o no quisieron jugar el auténtico papel que les correspondía. Su norte periodístico fue el rigor, que combinó con la búsqueda de la emoción en sus lectores, que aún no habían descubierto ese «nuevo periodismo» literario del Capote de 'A sangre fría'. Buen momento este verano para conocer más a Chaves Nogales, una atalaya moral que nos enseña el valor de la decencia en un ambiente intelectual demasiado embozado, demasiado acanalado.
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