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El deber de la responsabilidad

No hay que ser muy avispado para sentir que lo fundamental poco va a cambiar, que vuelve en tromba la verborrea tóxica

Alfredo Ybarra

Jaén

Martes, 2 de septiembre 2025, 23:47

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Empieza septiembre. Quien más, quien, menos, vuelve a la rutina, a las insensatas exigencias cotidianas después del verano y sus devaneos. Para muchos es un ... periodo de cambios, de nuevos propósitos. De alguna manera septiembre podría ser el mes en que comienza el año; el mes en el que nos llamamos a nuevas actitudes. Pero los días no pintan azules. La política vuelve a sus púlpitos, a sus altares civiles. No hay que ser muy avispado para sentir que en lo fundamental poco va a cambiar, que vuelve en tromba la verborrea tóxica, el echar balones fuera, el eludir la responsabilidad propia y vocear toda clase de errores reales o ficticios en el contrario. A la vista está, con la infausta última oleada de incendios o el reparto de los menores migrantes, que no hay tregua, que se recrudece la batalla entre el Gobierno y las comunidades del PP, entre otras refriegas del mismo tono. La dejación de responsabilidades es algo que se ha vuelto muy común en todos los contextos. Y si no cumplimos con nuestros deberes no podemos luchar por nuestros derechos (una conquista que cada vez más se ve quebrantada y banalizada). La responsabilidad moral es el hilo conductor de todas las relaciones sociales y políticas, y su ejercicio es la manera capaz de revertir la indeseable situación actual; nos muestra la forma de alcanzar una convivencia justa. Decía la filósofa y activista política y humanitaria Simone Weil que el «yo no es originalmente un sujeto de derechos, sino un sujeto de obligaciones hacia el otro». El sentido de responsabilidad está por encima de todo. Muchos de los problemas que tenemos no vienen por los desmanes de otros, sino por nuestra propia irresponsabilidad, por el abandono de nuestras obligaciones esenciales, por el anquilosamiento de nuestra conciencia. Muchas cosas que a nivel social se hacen mal son responsabilidad nuestra, de nuestra dejadez individual, cívica y moral, de los políticos que hemos votado. La responsabilidad es buscar lo correcto y eso supone adiestrarnos en el conocimiento, educarlo. La democracia en España adolece de una falta de fundamentación en los principios de la educación, la razón y la cultura. Mientras, son muchos los que abonan a diario su necedad, procuran apropiarse del relato y llenan su palabrería de desmesura e inquina. Tal vez los políticos son los principales responsables de esta degeneración de la vida política. Pero, por otra parte, los ciudadanos también somos corresponsables cuando aplaudimos sus exacerbadas actitudes, cuando no somos críticos, en primer lugar con los nuestros; cuando nos dejamos llevar pusilánimes y dóciles por esos «los nuestros» y no ejercemos la libertad individual de pensamiento. Para Simone Weil, los derechos humanos se quedan en pura abstracción si no van acompañados de lo que ella llama los deberes hacia los seres humanos, que se resumen en el respeto, la asistencia solidaria y la compasión, en el reconocimiento de la plena humanidad de los otros. Albert Camus pensaba que la construcción del pensamiento europeo y el germen de la nueva Europa sería impensable sin Simone Weil. La primera Declaración de las Responsabilidades Universales del Ser Humano es de 1997, casi 50 años después de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Ésta recoge esa advertencia de Simone Weil y concluye que una sociedad democrática debe atender por igual tanto a los derechos, como a sus obligaciones. Decía el filósofo y teólogo Dietrich Bonhoeffer que la acción no surge del pensamiento, sino de la disposición a asumir la responsabilidad. Ser responsable también es tratar de que nuestros actos sean realizados de acuerdo con una conciencia de justicia y de cumplimiento del deber en todos los sentidos. El primer paso es percatarnos de que todo cuanto hagamos, nuestras decisiones, todo compromiso, tiene una consecuencia que depende de nosotros mismos. Quien cultiva responsabilidad genera confianza y credibilidad. Tratar de eludir las consecuencias de nuestros actos es inmoral y ensombrece la convivencia y el futuro. Sin un fortalecimiento de los valores de honestidad, de responsabilidad, de compromiso cívico, de justicia y de solidaridad, el camino se ciega.

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