¿El carácter?
La literatura y la filosofía han subrayado que el origen del carácter reside en la naturaleza, en los genes, o bien en las experiencias tempranas y sociales
Alfredo Ybarra
Jaén
Martes, 13 de agosto 2024, 23:15
Casualmente en estos días en diversas circunstancias he escuchado con relativa insistencia varias referencias al carácter. Alguna, en boca de una actriz famosa, recordaba la ... enigmática sentencia de Heráclito, que suele traducirse como que el carácter de un hombre es su destino. El carácter parece que es algo que se mantiene rígido, una especie de sustrato pétreo de lo que somos. Nuestro Diccionario de la Lengua define el carácter en su sexta acepción como el «conjunto de cualidades o circunstancias propias de una cosa, de una persona o de una colectividad, que las distingue, de los demás por su modo de ser u obrar».
A lo largo de la historia la literatura y la filosofía han subrayado que el origen del carácter reside en la naturaleza, en los genes, o bien en las experiencias tempranas, y sociales. Parece que cuando uno adquiere conciencia de su vida y quiere tomar las riendas de ella, ya están decididas las cartas que le toca jugar, ya está decidido el carácter, invariable, con el que tiene que bregar a lo largo de su existencia. Así que ser flemático, sanguíneo, pícnico, colérico, o introvertido, hipocondriaco o intransigente, es formar parte de un talante, intrínseco a la persona, apenas modificable.
Balzac en 'La comedia humana', un alegato del ideario del carácter, hace una taxonomía de los caracteres de su época. Pero al avance de los tiempos, en cuanto se analiza ponderadamente el supuesto patrón de los comportamientos, a raíz de las cualidades personales, claramente se hace patente que las innegables diferencias de las personas en su temperamento están ligadas, más que a inherentes talantes internos, a sus contextos, a la historia de sus vicisitudes, así como al modo de interactuar en los escenarios existenciales. Y es que cambia el entorno, las experiencias, y cambiará la persona. Aquí toca decir que el carácter es el sedimento de lo que hasta aquí hemos sido y la línea de despegue para cualquier aspiración personal, lo demás es pura quimera y conjetura.
Paul Valéry, frente a las fotos fijas de Balzac nos dice que la esencia de yo consiste en un poder de transformación, una potencia de ser muchos. Librarse del lastre pétreo, desembarazarse de ataduras de lo que hemos sido y de lo somos, es una forma plena de libertad. Montaigne, entre las sentencias e inscripciones escritas en las vigas de su estudio y biblioteca, incluye en latín una cita de Cornelio Nepote: «Cada cual se prepara a sí mismo su destino». Y Proust con luminosa lucidez explora la esencial fragilidad de la persona, a merced de la vorágine de los acontecimientos que el tiempo agita y que marcan innegablemente a quien los vive.
Así, todo fluye en un mundo líquido y el yo se cimenta en una realidad huidiza de momentos perecederos. Nietzsche llega a afirmar que si uno tiene carácter no tiene destino, lo que de otro modo viene a decir Rafael Sánchez Ferlosio en su discurso por la entrega del Premio Cervantes 2004, «Carácter y destino», tomando pie de un libro de Walter Benjamin. En sus palabras Ferlosio hunde su mirada en el Quijote, desglosando pasajes donde carácter y destino no son inherentes. Así, dice: «La sin par naturaleza de Don Quijote estaba en ser un personaje de carácter, cuyo carácter consistía en querer ser un personaje de destino».
Una última apreciación, contemplemos el carácter no como algo sólo inherente al ámbito psicológico, sino como un atributo que bebe de la ética, y, por lo tanto, susceptible de ser fruto de un pensado afán. Resumiendo sucintamente, el carácter no está cortado en mármol; no es algo sólido e inalterable. Es algo vivo y cambiante. Y como lo describió el gran escritor búlgaro de entreguerras y Premio Nobel, Elías Canetti: «El carácter es la selección entre las metamorfosis»
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